Cuando Javier Santiago Vélez abandonó su cargo como presidente del Partido Popular (PP) de León se despidió caminando por el pasillo, entre aplausos y vítores. A uno y otro lado de la alfombrilla estaban sus fieles, quienes le arroparon desde el primer día, había ... también militantes 'normales' (sin cargo orgánico, quiero decir) mientras una guardia pretoriana le cortejaba como si su gestión fuera digna de admirar.

Publicidad

Él avanzó con paso firme en su despedida al mismo tiempo que saludaba impertérrito con su mano izquierda; en la derecha, templada, llevaba una bandeja de plata con su propia cabeza. Y guiñaba un ojo.

Ese paseíllo, con una estampa tan singular, se convirtió en la escenografía de un adiós esperado y anunciado. Hay finales previsibles y el suyo era uno de esos. Tanta imprudencia en tan pocos meses no anunciaba nada bueno.

Y así, tan seguro era como cierto resulta que el PP, en general, sabe organizar muy bien los funerales de los suyos.

La cabeza de Santiago Vélez recorrió los últimos metros con un aire sonriente, aunque el frío de la bandeja hacía un tanto incómodo esa parte del recorrido triunfal (entre comillas) en su carrera política. Hay despedidas que merecen ser celebradas como el mayor de los éxitos.

A seis meses de una cita electoral, todo lo que rodeaba al ya expresidente de los populares leoneses era nitroglicerina en estado puro. En su gestión, en sus desequilibrios políticos, todo era él. Él, que se esmeró en prometer cargos a diestro y siniestro como si la chequera tuviera papel para todos, él que aparecía en las grabaciones pidiendo voto compartido con VOX en la cita electoral al Senado, él que tenía una cita en el juzgado para dilucidar un posible pucherazo en las primarias del partido. Demasiados frentes y muy abiertos como para entender que su continuidad en el cargo resultara finalmente posible.

Publicidad

Todos esos frentes formaron una cascada de basura y barro imposible de contener. Hasta el punto que la situación amenazaba con inundar de nuevo las primeras plantas de la sede nacional del partido, en Génova.

«Es muy incómodo estar respondiendo todos los días a una sospecha de corrupción interna», llegaron a asegurar en los últimos días fuentes del propio Partido Popular.

Así que siguiendo el libro de estilo del buen hacer político Javier Santiago fue invitado a una fiesta con los suyos, allí comieron y bebieron hasta el amanecer. Y llegado el momento, le llevaron en volandas hacia la guillotina. La muerte (la política) tiene un punto sanador.

Publicidad

A modo de consuelo, pero descabezado, Santiago Vélez podrá continuar como vicepresidente segundo de la comisión de despoblación en el Senado, una especie de purgatorio al que se puede acudir sin nada en los bolsillos.

opinion_norte_0387

Resuelto el problema del presidente, los populares han recibido con idénticos aplausos a quien será su relevo, Ester Muñoz, que ha prometido unidad y humanidad a partes iguales. Tan despejado tiene el camino que todos se han sumado a la reverencia.

Publicidad

El único que ha obviado el gesto ha sido su predecesor en el cargo, no por una cuestión de voluntad, sino para evitar que su cabeza saltara desde la bandeja y terminara girando como una peonza en medio del pasillo.

En esas condiciones es imposible saludar a quien te toma el relevo, por mucho que se intente. Queda por conocer el tiempo del nuevo reinado, la fidelidad de quienes saludan en el pasillo y las consecuencias de todo lo vivido a lo largo de los últimos meses.

Publicidad

El PP se reinicia. «Larga vida a su reina», gritan los populares. Y ya se piensa en la próxima fiesta.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad