El error de Pablo Casado en las primeras horas del chantaje marroquí a España haciendo más énfasis en la crítica a Pedro Sánchez que en el obligado respaldo incondicional al Gobierno de España, es una muestra de las dificultades que esperan al PP en la ... tarea de marcar territorio como oposición y reforzar su papel de alternativa de gobierno. El éxito excepcional de la derecha en Madrid ha sorprendido al propio Partido Popular en pleno giro al centro y distanciamiento de Vox. Ahora tiene un problema. Necesita de Vox para sostener los gobiernos de Andalucía, Madrid y Murcia pero tiene que encontrar la fórmula para absorber parte de su electorado y evitar que siga creciendo. También debe aspirar a captar voto del centro izquierda e incluso del propio sanchismo si quiere soñar con una mayoría que derrote a la coalición de izquierdas.

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El PP rectificó en horas su inicial actitud contra el gobierno en la crisis marroquí, detectando que la mayoría de los españoles no perdona juegos partidistas cuando se trata de cuestiones de Estado. Vox, fiel a su

Adn populista se ha equivocado intentando capitalizar sobre el terreno la gravísima crisis con el vecino del sur. Esa radicalidad populista de los de Abascal es un regalo para la tarea de encaje de bolillos que espera a los populares en los próximos meses haya o no elecciones generales o autonómicas a la vista. El problema es cómo cabalgar el tigre de Vox sin dejar que erosione su base electoral más conservadora y, al tiempo, mantener las constantes de centro liberal que le permitan captar a los millones de votantes desencantados de la aventura de Ciudadanos.

La formación del próximo gobierno de la Comunidad de Madrid por la presidenta Isabel Díaz Ayuso dará pistas sobre el juego de equilibrios que el PP debe realizar para ofrecer la imagen de la casa común del centro derecha. Es seguro que la presidenta hará un hueco a gestores procedentes de Ciudadanos en el Ejecutivo. El problema está en el papel que reserve a Vox. Ni puede ser un puesto de tanto relieve como la presidencia de la Asamblea Regional, ni puede desdeñar a los de Abascal cuyo concurso es imprescindible para la estabilidad de su gobierno.

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El capítulo de los previsibles indultos a los condenados por la sedición en Cataluña le va a poner en bandeja a Pablo Casado la posibilidad de capitalizar en su favor una corriente social mayoritariamente opuesta a premiar a unos políticos insolidarios y enrocados en posiciones secesionistas. Pero debería combinar su oposición frontal a las medidas de gracia con un discurso pragmático y esperanzador respecto al problema catalán. El fracaso del 'efecto Illa' deja abierto el camino a nuevas fórmulas para encauzar la relación Barcelona-Madrid.

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