Burros con anteojeras

El hecho de tener que recordar el privilegio de vivir no puede ser más que la constatación de que no es lo habitual. Si algo hay que repetirlo, malo. Un contemporáneo del autor de 'Los tres mosqueteros', Ramón de Campoamor, también se valió de unas metafóricas gafas –«Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira»–, pero en vez de indicarlas como útiles para ver, las presenta como instrumentos de falsedad. Entre hastiado y desengañado, el asturiano asume que no existe asidero real al que agarrarse.

En una vuelta más, comprendo que las gafas ayudan pero, por sí solas, no son la panacea. Se necesita musculatura en el cuello para hacerlo girar, para observar, para adueñarse de más de una mirada, para adquirir panorámica. Un burro con gafas, miraría, pero solo de frente: observaría el mundo por el interesado hueco que abre la anteojera. Nosotros, humanos de la llamada clase media, aspiramos a mirar hacia arriba. Lo de abajo, sin haberlo visto, lo despreciamos porque lo tememos.