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La candidata de Vox a presidir la Comunidad de Madrid (esperemos con vehemencia que no suceda tal cataclismo) exhibe con frecuencia un axioma traicionero y falaz que suena bien a los oídos incautos: no hay libertad sin seguridad.
Eso es cierto hasta cierto punto, y ... en todo caso con los debidos matices, que se observan en un conocido ejemplo: el magistrado Gurfein dio la razón a la prensa norteamericana en el 'caso de los Papeles del Pentágono', una filtración comprometedora para la Defensa de los Estados Unidos pero que la ciudadanía tenía derecho a conocer: la «seguridad» -dijo el juez- no «reside» en las «rampas de los cohetes nucleares» sino «en las instituciones libres».
La seguridad, en democracia, no es una acumulación de sistemas de control y de agentes de la autoridad vigilándolo todo, ni el cierre de fronteras, ni la aplicación de la inteligencia artificial a la captura de delincuentes: depende de la solidez y de la calidad del régimen, del refinamiento y la productividad de las instituciones, de la calidad de las leyes, de la altura del sistema educativo, de los equilibrios sociales.
La seguridad como corsé y amenaza disuasoria es, como bien señaló Churchill, «la robusta criatura del terror». La seguridad más al extremo es el fascismo.
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