Bulla

Es posible que los hosteleros exageren un poco cuando sus representantes pregonan que «no son el problema, sino la solución» a lo que está pasando y avisen de botellones fuera de control, pero, en general, cualquiera de ellos ofrecen algo más que las cañas que tomamos dentro y fuera. Y no hablo del papel del camarero convertido en psicólogo intentando aliviar la desazón amorosa de un cliente, sino de cosas tan mundanas como poder mear, esperar a alguien tomando un chisme, ofrecer menús o dejar mesa libre a esos curritos que tienen media hora para vaciar la fiambrera y tomar un cafelito antes de volver al tajo.

Tiene poco sentido que en el súper podamos comprar comida, bebida, tiritas, pilas, bombillas y mercromina, y Alfonso, mi amigo del bar de abajo, no pueda servirnos un carajillo aunque sea acercándolo con un palo.