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El famoso 'búfalo' que participó en el asalto al Capitolio. Reuters

Los búfalos

El avisador ·

«Aquí, es cierto, tenemos el gas por las nubes. Pero todavía no a los rusos pertrechados al otro lado de los Pirineos. Ni a los búfalos pisoteando los escaños del Parlamento. Quizás porque hace ya tiempo que a los cafres les abrimos las cámaras»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 8 de enero 2022, 08:40

Cumplimos un año del asalto al Capitolio de los Estados Unidos. Sucesos que, en esta memoria nuestra, tan aturdida por la covid, acaso nos parecen de hace mucho más tiempo. De antes de la pandemia. O de antes de la guerra, como decían nuestros ... abuelos para recordar todo aquello antiguo, antediluviano, pero en cierta manera también edénico. Búfalos pisoteando el Parlamento de los Estados Unidos de América. Una de las pocas cosas que, por unos días, nos permitieron pensar en otra cosa que no fuera la mascarilla.

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Un año después de los búfalos, el presidente Biden le pregunta a su antecesor hasta dónde llegó a pensar que la violencia política podría ser «norma» en los Estados Unidos. Y cuando lo dice, la imagen nos parece todavía más vieja. De los tiempos de Kennedy, pero en color. Una imagen tan vieja, casposa y extemporánea como la figura de aquel Donald Trump que consiguió retirar definitivamente a Occidente del liderazgo mundial.

Un año después de los búfalos, la Reserva Federal estudia subir los tipos de interés y retirar los estímulos covid, entre otras cosas por más miedo a la inflación que a la pandemia. Esa misma inflación que a los españoles nos trae de cabeza. Y que a los kazajos, con perdón del gentilicio, les ha llevado a perder el control hasta el punto de volver a dejar entrar a los rusos en su país. La duplicación del precio del gas licuado ha logrado desatar la ira del pueblo. Y la ambición territorial del vecino. El general invierno enviando tropas a Ucrania y Kazajistán. Más imágenes rancias, trasnochadas, en nuestra memoria herida por la pandemia.

Aquí, es cierto, tenemos el gas por las nubes. Pero todavía no a los rusos pertrechados al otro lado de los Pirineos. Ni a los búfalos pisoteando los escaños del Parlamento. Quizás porque hace ya tiempo que a los búfalos cafres les abrimos las cámaras, al verlos disfrazados de corderos. Aquí, en vez de retirar estímulos económicos covid, lo único que hemos retirado son los esfuerzos de la sanidad. Sembrando un caos que tiene mucho menos que ver con el avance o el retroceso de la enfermedad que con nuestra capacidad para organizarnos. En los hospitales, racionando el personal sanitario. Fuera de ellos, obligando la mascarilla en las calles, incluso las de la España vacía, y permitiendo una vez más que cada uno en su casa (comunidad autónoma, municipio, domicilio conyugal) haga lo que considere más oportuno. Algún día sabremos, o no, qué significa eso de estar enfermo «con» covid o estar enfermo «de» covid. Pero basta con hacer una encuesta en nuestro entorno inmediato: nunca hemos gozado, en general, de peor salud que en estos días.

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Menos mal que pasados los Reyes, y entregados ya a la causa de la remontada de enero, nos queda al menos el entretenimiento de unas nuevas elecciones en Castilla y León. Esas (y no las de Ayuso) que sí van a ser determinantes para calibrar la verdadera distancia que hay entre las dos Españas. No las de don Antonio Machado, sino más bien la España de Madrid (antes también de Barcelona) y la del resto. La carne, dicen, será uno de los elementos importantes del asador de estos comicios: el chuletón de Ávila y la ternera de Aliste frente a las tentaciones veganas de los despachos de Madrid. En la primera escaramuza, los socialistas ya se han encargado de dejar solo al ministro de la cosa, el inefable Garzón. Solo frente a la carne, que es débil en algunas cosas, pero en otras puede llegar a ser muy poderosa. Carne de vaca española, eso sí, no de búfalo americano. Veremos hasta dónde.

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