Lo que pasa con la democracia es que la hemos ejercitado tarde. Los padres de la Transición echaban de ver que España era un país salido de una novela de Baroja, y por lo menos sabían a qué atenerse; pero es que estos chicos parece ... que solo han ido a la escuela del Poder y poco más. Hacer de una pandemia un arma política es de miserables; algunos hemos conocido a políticos de verdad con el final del pasado siglo, claro, y se nos hace muy cuesta arriba reconocer en los de hoy algún rasgo dignificante. Rivera, al principio, cuando se dejaba aconsejar por Boadella, Félix de Azúa y Frances de Carreras, recordaba en algo a la UCD; luego se fijó más en Casado, Sánchez e Iglesias y le pudo el arquetipo efebocrático, la partitocracia y el aparato –que en el fondo era él–. Ahora le da a la canción pop y a las paternidades, como a los demás, porque están todos en la edad.

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Ignacio Aguado, el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, se les parece un poco a todos, en esa elegancia estatuaria, contenida y distante, y su película favorita es Top Gun, de Tony Scott, una cinta de pilotos testosterónicos que rompen la barrera del sonido a los mandos de sus F-14, y una Kelly McGillis que rompe el molde, con lo cual lo hemos dicho todo. El caso es que cursó al mismo tiempo tres carreras, ADE y Ciencias Políticas, que bien que le han cundido. Amén del rifirrafe que se trae con su jefa, la presidenta madrileña, hecha muñeca de pimpampum de las oposiciones –que son muchas–, y a la que quiere arrebatarle la silla en cuanto le dejen. Su coherencia pasa por inaugurar terrazas en mayo y botes de gel desinfectante en el metro en septiembre, amén de pedir socorro militar al Gobierno de España, que a buenas horas, mangas verdes. Ocurre, pues, que la gente de nuestra generación ha simbolizado ya al hombre político en Azaña o Adolfo Suárez; y de don Leopoldo Calvo-Sotelo abajo, ninguno.

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