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Imagen de urnas y carteles listos para su utilización en la jornada electoral de hoy. Efe
La buena política

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La carta del director ·

«La sociedad española y sus instituciones necesitan serenidad. Llámenme raro, mustio, triste, pero echo de menos esa monotonía institucional que proporcionan los burócratas de traje gris»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 26 de mayo 2019, 08:43

Reconozco que el martes tuve un día horroroso. Sería legal –hasta el escrúpulo–, pero me angustió observar cómo en el Congreso de los Diputados un grupo de políticos presos y procesados por gravísimos delitos contra las estructuras más elementales de nuestras normas de convivencia ocuparon ... sus escaños sonrientes, tan ufanos. Y cómo apostillaron luego el preceptivo acatamiento a la Constitución Española con un bochornoso catálogo de fórmulas desafiantes. Fue un mal día porque esa jornada, histórica sin duda en la Cámara Baja, sede de la voluntad democrática popular, se representó un espectáculo que denota lo mal que estamos, lo cerca que vivimos del desastre colectivo.No sé en qué quedarán todas estas absurdeces y anomalías, propias de sociedades decadentes y corroídas por la negligencia, al borde del precipicio; pero me cuesta creer que sean síntomas de algo bueno. La excepción, la anormalidad, el sobresalto, la exageración y el estrambote pueden ser beneficiosos a veces para romper inercias negativas, despertar conciencias aletargadas, estimular avances... Pero claro, siempre y cuando no se conviertan –excepciones, anormalidades, sobresaltos, exageraciones y estrambotes– en el hábito, el método ni el modelo. Como es el caso. La sociedad española y sus instituciones necesitan serenidad. Llámenme raro, mustio, triste, pero echo de menos esa monotonía institucional que proporcionan los burócratas de traje gris. O sea, una aburrida democracia del 'todos iguales' que no se salga del carril frente a esta otra en la que 'todo da igual' y por la que derrapamos hacia el abismo casi en cada curva. Curioso, por otra parte, tanto perfeccionismo a la hora de apartar los sufragios nulos en las urnas (con que usted escribiera su firma en la papeleta, solo con eso, ya sería nulo; imagine si añade a boli que vota con esa candidatura «porque no le queda otra») y luego resulta que en las Cortes un diputado podría jurar o prometer su cargo bailando la macarena.

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