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Ibarrola

¿Alguna buena noticia?

Dados rodando ·

«Nos levantamos cada mañana, escuchamos la radio, leemos los periódicos, y casi nos dan ganas de continuar en el mundo onírico del que apenas nos rescata una ducha, cada vez más fría»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 1 de marzo 2022, 00:54

Decía Charles Chaplin que existen ocasiones en las que el corazón suspira por un día de otoño en Nueva York. Parafraseando a Charlot, cabría decir que también hay momentos en los que el alma nos pide, con necesidad imperiosa, alguna buena noticia. Tal anhelo cobra ... singular importancia en tiempos como estos, en los que el principio de incertidumbre domina nuestras atormentadas vidas cotidianas sin que seamos capaces de atisbar un futuro ante el cúmulo de trenes descarrilados que se nos presentan a diario.

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Cumplimos ya dos años de pandemia. Las cifras de contagios son significativamente menores y también es menos grave la capacidad del virus, pero el numero de fallecimientos continua estremeciendo. Nuestra existencia sigue alterada desde entonces. Planes, viajes, reuniones familiares, celebraciones… todo se ha visto afectado por la primera emergencia sanitaria de carácter planetario que el mundo ha vivido. Una formidable crisis de salud y económica que ha dejado maltrechos a miles de negocios y arrasado con los empleos de mucha gente. Apenas estábamos recuperándonos lentamente de esta desgracia, cuando las sirenas de Ucrania nos anunciaban el comienzo de un conflicto bélico de consecuencias aún impredecibles. Hablamos, conviene tenerlo muy presente, del conflicto militar más grave que se ha vivido en el continente europeo desde la 2ª Guerra Mundial. Una confrontación contra la que no han servido las estrategias diplomáticas, las sanciones economicas ni la inoperancia sempiterna de Naciones Unidas. El afán imperialista de un megalómano como Vladímir Putin, está dejando la estela de miles de muertos, una huida migratoria de proporciones sobrecogedoras y unos efectos en la economía que todos empezaremos a sentir de inmediato. Los que afectan a nuestras vidas habituales vienen marcados por una triple dimensión: energética, industrial y alimentaria. Asomarse al precio del gas produce el mismo vértigo que hacerlo al de los carburantes y la electricidad, los productos de primera necesidad aumentan sus costes y la sombra de algún tipo de desabastecimiento empieza a ser cada vez más alargada. Materias primas, fertilizantes, cereales, petróleo; todo empieza a ponerse por las nubes en un contexto global de inflación desbocada. Las perspectivas no pueden ser peores, cuando aún no habíamos salido de los efectos demoledores de la covid en los mercados. Las bolsas acusan el miedo y la confianza se ha esfumado, dejando a los actores económicos a la intemperie. Nadie sabe muy bien qué hacer, cómo invertir ni de qué manera va acabar todo esto.

Al lado de la covid-19, el bloqueo sufrido en España, el pasado año, por la mayor nevada en 60 años, de nombre Filomena, fue un epifenómeno. De igual manera, la irresponsable crisis del PP queda opacada por los tambores de guerra que resuenan en suelo europeo. Da la impresión de que el mundo no se arregla, de que estamos condenados a las malas noticias en una espiral delirante que nos hace vivir instalados en el día a día, porque el futuro es una entelequia que se nos antoja imposible de descifrar. Nos levantamos cada mañana, escuchamos la radio, leemos los periódicos, y casi nos dan ganas de continuar en el mundo onírico del que apenas nos rescata una ducha, cada vez más fría. Los fallecidos por el virus se unen a los de la guerra y las amenazas económicas se juntan con la preocupante escasez de reservas de agua. Encender la luz, poner la calefacción, abrir el grifo y coger el coche, son actividades normales y accesibles hasta ahora. Pasado mañana, pueden ser costumbres propias del más alto lujo. Por eso necesitamos buenas noticias. Algunas. Por muy pequeñas que éstas puedan parecernos.

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