Mires hacia donde mires te asalta el abismo. Cada mañana, a la hora de prender la radio al levantarte y echarte a la cara los periódicos con el café del desayuno, un alud de acontecimientos negativos descarga sobre una sociedad emocionalmente exhausta y físicamente agotada ... tras casi un año de pandemia. Las cifras de fallecimientos resultan inadmisibles en su festoneo diario de familias destrozadas, los contagios están disparados y ya no hay nadie que no conozca algún caso de covid en su entorno más cercano. La escasez de vacunas es un jarro de agua fría, el entorno económico está destrozado, y la oscuridad de otro verano negro se cierne sobre un sector turístico completamente exangüe. El Fondo Monetario Internacional advierte de daños duraderos e irreversibles sobre empresas, familias y Estados mientras rebaja crecimiento de España al 5,9%, desde el 7,2% previsto por el Gobierno. El PIB cae un 11% en 2020 y acusa el deterioro más grave desde la Guerra Civil. Y las cosas, lamentablemente, pueden ir a peor cuando venzan los créditos ICO y muchos ERTE se conviertan irremediablemente en ERE. De momento, a nuestro país le cabe el dudoso honor de estar a la cola de la OCDE.
A pesar de creer que el optimismo es una obligación ética en tiempos de incertidumbre como los que vivimos, la verdad más palmaria sobrecoge el ánimo e instala un derrotismo comprensible en el alma colectiva de la sociedad. Nadie en su sano juicio es capaz de hacer planes de futuro. Ni escapadas de Semana Santa, ni vacaciones de verano. Tampoco están las cosas para comprarse un coche y menos aún para montar un negocio. La clave está en vivir cada día, en ir sobreviviendo, más bien, en medio de la crisis sanitaria y económica más grave que han vivido las generaciones actuales. Esto es lo más parecido a una guerra o a un desastre natural. Afortunadamente, no hay bombardeos y las infraestructuras se mantienen intactas, pero en lo demás la comparación resulta dramáticamente valida.
Con frecuencia tiende a pensarse que a los periodistas nos gusta dar malas noticias. Nada más lejos de la realidad, si exceptuamos algunos programas de televisión que parecen disfrutar anunciando el apocalipsis. A la inmensa mayoría de los profesionales de la información la noticia que les gustaría ofrecer, no lo duden, es que esta maldita pandemia ha sido conjurada. Ocurre empero que los comunicadores trabajamos con material sensible que, desgraciadamente, no siempre resulta positivo ni esperanzador. El director de la Radio Télévision Belge Francophone ha anunciado que tomará medidas para limitar los minutos de información dedicados al covid en sus noticiarios. Cada cual se defiende como puede, pero taparse los ojos, o limitar la visión de la realidad, no consiguen en ningún caso que ésta cambie. Lo que ocurre es que ya hemos llegado al limite y necesitamos alguna buena noticia que abra ventanas a la esperanza, siquiera sean pequeñas, y nos permitan confiar en el futuro con menos angustia de la que ahora nos atenaza a todos.
Si las muertes disminuyen claramente, si lo hacen también los contagios, las vacunas llegan y se administran a buen ritmo, y si la economia lanza alguna señal que permita atisbar algún tipo de recuperación; el ánimo colectivo encontrara un asidero al que agarrarse. Por contra, ahora la situación, ante las noticias diarias suministradas en prensa, radio, televisión e Internet, se asemeja a los carteles que colgaban en los vagones de los antiguos trenes de madera: «Es peligroso asomarse al exterior». El vértigo, como el dinosaurio de Monterroso, todavía está ahí.
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