¿La buena educación?
Dados rodando ·
«La educación debería de ser un campo vedado a los intereses políticos y a los diletantes teóricos con mando en plaza que exhiben una notable empanada mental»Dados rodando ·
«La educación debería de ser un campo vedado a los intereses políticos y a los diletantes teóricos con mando en plaza que exhiben una notable empanada mental»Me va a permitir hablarles de un libro que refleja con absoluta nitidez la preocupante caída del nivel de calidad de la enseñanza en España: 'Prohibido Aprender'. Su autor es Andreu Navarra, historiador y docente de instituto en Barcelona. Harto ya de estar harto, ... como en la canción de Serrat, recoge el sentir de buena parte de sus compañeros que sufren una situación rayana en el surrealismo a la hora de enfrentarse a lo que toda la vida de Dios ha sido enseñar a los alumnos, y a veces «desasnarles».
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En opinión razonada del profesor Navarra, una parte de la escuela de este bendito país ha caído en manos de los que denomina «buhoneros neoeducativos», quienes están construyendo «una escuela para la ignorancia que ha decidido dejar de enseñar». En unas recientes declaraciones, denunciaba que les hacen evaluar partidas de Minecraft y audios de WhatsApp, en lugar de exámenes. Todo para no frustrar a los chicos. La moda –afirma– es dejar de corregir al alumno para no dañar su autoestima. La situación llega hasta el punto de que en un colegio de Cataluña no enseñaban las tablas de multiplicar. Cuando el padre de uno de los alumnos fue a solicitar explicaciones, la directora le respondió que «eso está ya muy anticuado». Sin comentarios.
En una sociedad en la que se evalúan emociones, como el nivel de empatía de los chavales, y donde las sucesivas leyes educativas han desincentivado el estudio y la reflexión, además de arrumbar la memoria y omitir la lectura de los autores clásicos, cualquier fechoría educativa puede tener asiento. Los resultados son elocuentes, en comunidades como la catalana hay alumnos de 1º y 2º de la ESO que apenas saben leer en castellano y lo escriben con una absoluta falta de fluidez. Ya a estas edades, apenas les obligan a leer libros y los profesores tienen que trabajar con fragmentos literarios extraídos de las redes sociales. Un completo disparate.
Poner tildes es una antigualla, y establecer límites se ve como algo que coarta la libertad de los alumnos. Las 'moralinas sensoafectivas', según denuncia Andreu Navarra, hacen que la formación en la enseñanza secundaria, clave fundamental para sentar las bases culturales, pase después factura en la universidad, con unas titulaciones cada vez de menor valor y una clamorosa falta de preparación de los jóvenes cuando llegan al mundo laboral. Eso, sin contar con que, en nombre de un supuesto progresismo, se está abriendo una brecha evidente entre nuestros adolescentes y jóvenes. Quienes tienen posibilidades están matriculados en buenos colegios y completan su formación con estancias y cursos en el extranjero. Aquellos que pueden huir de las 'magufadas roussonianas' –en palabras del profesor Navarra–, se aseguran un futuro de excelencia que está a años luz de los que tienen que conformarse con los experimentos de falta de exigencia y la abolición de la disciplina, por considerar estos conceptos casi filofascistas.
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La educación debería de ser un campo vedado a los intereses políticos y a los diletantes teóricos con mando en plaza que exhiben una notable empanada mental. Un territorio, casi sagrado, en el que los cambios deberían de ser consensuados y no producirse al albur de que gane las elecciones uno u otro partido. Demoler lo anterior por sistema, como ocurre, y bajar cada vez más el nivel «para no frustrar a los alumnos», convierte a éstos en seres frágiles, poco preparados para la vida, y menos aún para trabajar en una empresa el día de mañana. Seamos conscientes, nos estamos jugando el futuro en medio de una irresponsabilidad lamentable.
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