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Lo bueno de estas elecciones es que nos ha convertido en el centro informativo de España. Si ello fuera bueno. Barrunto que es mejor pasar desapercibido. Nunca nos habíamos parecido tanto a la Cataluña de la tensión independentista copando medios. Luego, pasada la tormenta, las ... aguas volverán a su cauce, por supuesto. Tuve que ir a Pamplona a principio de semana y los contertulios de la radio que vaticinan el futuro hablaban de nosotros con frenesí. No sospechaba que hubiera tanto especialista en Castilla y León. Las encuestas arrojan datos curiosos. Por ejemplo el odio radical de leoneses, sorianos, abulenses y zamoranos hacia Valladolid. ¿Suscitará Barcelona un odio parecido entre los leridanos o los gerundenses?
Puede parecer anecdótico que los analistas introduzcan en las encuestas preguntas alusivas al odio. ¿Usted a quien odia? Ah, yo odio a los de Valladolid. Mucho, les odio mucho. Hasta el setenta y cinco por ciento de odiadores en alguna de las provincias. Así atizamos nuestra hoguera. En ciertos partidos también militan odiadores profesionales. Más que hacer propuestas positivas sobre sus aspiraciones, se dedican a descalificar con rabia, con desprecio al otro. Da la sensación que, para algunos, lo mejor, lo más expeditivo, sería sacar la metralleta. Muerto el perro…
Me tomé la vuelta a casa desde Navarra con tranquilidad para disfrutar de la bondad sospechosa del tiempo. Parada en la Tarazona mudéjar y visita posterior al asombroso nacedero del río Queiles, al pie del Moncayo, en Vozmediano; luego callejeo por Ágreda a primera hora de la tarde recordando a Sor María que alcanzó el don de la bilocalización, es decir, de estar en dos sitios a la vez, como querrían hacer los políticos en campaña; por la tarde paseo vespertino por El Burgo de Osma.
La decadencia de nuestra tierra se masca en estas villas desoladas. Los carteles de «se vende» encojen el corazón. Cuando aparece un «se alquila» surge la esperanza. Pero quién va a comprar o alquilar un negocio si, salvo esos viejecitos pegados a un tacatá, apenas hay tránsito por las calles. Edificios de tres o cuatro plantas que echaron el cierre hacen cuarenta o cincuenta años y ahora languidecen esperando la improbable mano milagrosa que venga a salvarlos. Hace muchos años, a la vuelta de un viaje a Galicia, hice parada en Villafranca del Bierzo para homenajear a Pereira.
También allí todo se vendía o se alquilaba. Qué desolación. La trama que conforma nuestro tejido vital se debilita desde hace años. Pero habrá que ilusionar a la gente, decirles que nuestros hijos no han de hacer las maletas. Madrid no puede ser la solución. Además en Madrid no hay cañones calizos sobrevolados por buitres. Tanta belleza bajo los cielos diáfanos. Ah, si diéramos con el patrón.
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