Por segunda vez en pocos días me han impactado los operativos policiales para detener, muy cerca de la capital, a varios falsificadores de cigarrillos al por mayor; tanta movida sorprende cuando no se es consciente del negocio que se mueve alrededor de un vicio tan ... rentable como la venta de tabaco. De perseguir a los malos se ocupan los guardias y algunos inspectores de Hacienda que, además de resolver aburridos expedientes, tiene una sección cuyos miembros calzan pistola para luchar contra diversos tráficos ilegales, incluyendo este que nos ocupa y que aporta grandes beneficios al Estado.
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Lo digo porque me acabo de enterar de que los impuestos y tasas que se aplican al consumo de tabaco se acercan al ochenta por ciento del coste final de cada pito, que traducido al cristiano quiere decir que de un paquete de cinco eros, cuatro van a parar a la buchaca estatal, que al parecer somos todos. Con semejante margen de ganancias es entendible que existan delincuentes dedicados a falsificar un producto cuya fabricación debe costar cuatro perrillas porque todo lo demás son gravámenes.
Si el día que acudí por primera vez al quiosco de la señora Matea a comprar de tapadillo dos cigarros sueltos de Bisonte alguien me hubiera dicho que, además de venenosos, eran carísimos por culpa de los tributos, habría invertido la propina en pipas con sal, que agrieta los hocicos pero no da cáncer. Que sepamos…
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