Secciones
Servicios
Destacamos
Brutalismo no en el sentido de arquitectura volcada en el hormigón, sino de brutalidad: cualidad de bruto. Aviso que me puede quedar un artículo de abuelete, de ¡ay, Señor, qué tiempos vivimos! Aunque ya Marco Aurelio avisaba de que las nuevas generaciones estaban echadas a ... perder.
Me disponía a salir de un estiloso bar que está situado en una céntrica calle que ostenta el récord Guinness de mayor densidad por metro cuadrado de personas encantadas de haberse conocido a sí mismas. Al llegar a la entrada, constaté que al parecer era solo eso, entrada, y no salida. Un tipo treintañero y arrollador impuso entrar él antes de que saliera yo y me obligó a pegarme de lado a la jamba de la puerta como ante el paso de un morlaco en un encierro. «Vaya», me limité a decir. «Que te jodan», espetó el acelerado chulo sin mirarme ni detener su carga hacia el interior del bar.
De inmediato pensé en responderle que el intercambio venéreo fuera con su madre calificándola con el viejo oficio que se pretende erradicar, pero a las palabras formadas en mi mente se superpusieron imágenes de cristales rotos de mis gafas incrustados en la cuenca ocular y, aún peor, de mi costosa corona dental partida en dos por un directo al hocico. Un espécimen de tal jaez que reacciona con esa agresividad por un simple 'vaya' es capaz de arrancarte la cabeza si le haces reparar en que es un hijo de puta. Así que me conformé con vocear «que te jodan a ti». Todo muy versallesco.
Ese mismo día vi en un telediario que, a consecuencia de brutales novatadas en una fraternidad universitaria en Missouri, un chico entró en coma tras haber sido obligado a beber una botella de vodka y litros de cerveza por un tubo. Al ver que permanecía inconsciente, los fraternales veteranos lo llevaron a un hospital y lo dejaron tirado en la puerta. Perdió de manera irrecuperable la vista, el habla y la movilidad; un 'que te jodan' llevado a la práctica y elevado al cubo, aritmético y de cerveza.
Por la tarde, entré en un estanco. Al irme y de nuevo ya en la puerta, se disponía a entrar, antes de dejarme salir, una tiesa señora mayor (le habría indicado que entrara, pero podría tomarse por 'micromachismo' en vez de cortesía; me ha sucedido), con cara de franca hostilidad, a la que saqué parecido con una fotografía del fiero jefe apache Gerónimo. Clavó en mí sus duros ojillos y me paralizó. Creo que incluso retrocedí un paso para ceder la prioridad del suyo y noté que, ya dentro, la dama había hecho bajar varios grados la temperatura del lugar. Pensé que podía ser la santa madre del atorrante tuerce botas de la mañana.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.