La broma infinita
Carta del director ·
«Los indultos, esa especie de 'deus ex machina' en manos de un Ejecutivo convertido en dicasterio y oráculo que le permite ejercitarse en la «preciosa prerrogativa» de perdonar y adoctrinar lo que considere»Secciones
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«Los indultos, esa especie de 'deus ex machina' en manos de un Ejecutivo convertido en dicasterio y oráculo que le permite ejercitarse en la «preciosa prerrogativa» de perdonar y adoctrinar lo que considere»Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez mayor que nadaba en dirección contraria. El pez mayor los saludó con la cabeza y les dijo: «Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes ... siguieron nadando un trecho. Por fin, uno de ellos miró al otro y le dijo: «¿Qué demonios es el agua?». Así comenzaba el novelista norteamericano David Foster Wallace la conferencia que pronunció en la ceremonia de graduación de la Universidad de Kenyon en 2005. Su discurso, editado en tapa dura por Random House, pretendía despertar la conciencia de los estudiantes, poner en valor su espíritu crítico y señalar que hay muchos caminos en la vida entre los que tendrían que elegir, pero que solo unos pocos les permitirían ser conscientes de la realidad y la verdad de la vida que les rodee. Más allá de convencionalismos sociales o culturales. Más allá de lo que él definía como el 'piloto automático' de la cotidianeidad irreflexiva, rutinaria, previsible y de todo punto correcta. Por eso lo tituló, el discurso, 'Esto es agua' y lo concluía diciendo: «...y hacer esto es inimaginablemente difícil: vivir de forma consciente y adulta día tras día».
Recupero los peces de Foster Wallace al hilo del próximo indulto político al que asistiremos, el del expresidente andaluz y exministro Pepe Griñán. Porque creo que su mensaje (el del novelista, no el de Griñán) deberían leerlo y comprenderlo todos aquellos que, cual jóvenes pececillos egocéntricos e ignorantes, se comportan siempre como si en el mundo no existiese nada más que ellos. Quiero decir que, al margen de las lecturas puramente técnicas o jurídicas; con independencia del destrozo en la credibilidad de nuestro modelo democrático de convivencia que causan este tipo de decisiones; como la que aplicaron a los secesionistas catalanes; como nuestra incapacidad de renovar el órgano de gobierno de la Judicatura; como el hecho de que los indultos, esa especie de 'deus ex machina' en manos de un Ejecutivo convertido en dicasterio y oráculo que le permite ejercitarse en la «preciosa prerrogativa» de perdonar y adoctrinar lo que considere, se regulen todavía mediante una ley nada menos que de 1870 que, curiosamente, ninguno de los dos partidos principales ha querido cambiar…; al margen de lo anterior, digo, yo me pregunto si todos, políticos, analistas, sesudos tertulianos, periodistas, asesores y demás expertos en demoscopia y marketing político o actores del debate público, se dan cuenta de cómo les observa y juzga la gente de a pie: o sea, el agua.
Porque el agua son los millones de ciudadanos que conocen y experimentan injusticias, que conviven con ellas, que se sacrifican a base de madrugones por cuatro perras, que a la hora del almuerzo se aprietan un bocata sentados en el suelo a las puertas de la fábrica en la que estén currando, vestidos con un mono azul y fosforito. En la carretera de la Overuela, por ejemplo. O en una vía de servicio de la A-62. Es el mejor momento del día. El único bueno. Y una fiesta cuando puede disfrutarse en el bar de cualquier polígono con un palmero de clarete y gaseosa, un carajillo y el marca. ¿Qué demonios es el agua? El agua, y esto es lo relevante, lo que asombra que nuestra dirigencia no lo entienda, son aquellos para los que nadie importante pediría nunca jamás, no ya un indulto, ni tan siquiera una disculpa. Porque a ellos no les perdona nadie. Ni se les perdona nada. Es más, a menudo se les culpa de lo mal que votan… Yo les imagino mirando fijamente a los ojos de un tuitero ingenioso, de un diputado falaz y obediente, de cualquier alto cargo del partido tal o cual, así de estirado, con el cuello de la camisa blanco e impecablemente almidonado, detrás de unas gafas limpísimas de esas con montura al aire, explicando que Griñán es buena persona, que no se llevó un duro y que, por supuesto, hay que evitarle la pena de cárcel que le ha impuesto esa mierda de Tribunal Supremo que tenemos. En sus pupilas, en sus ojeras, en sus manos, en sus gestos, con más arrugas que el paragolpes de un Barreiros, la rabia deja paso a la tristeza, luego al lamento y, por fin, al cinismo.
David Foster Wallace, que fue autor de 'La broma infinita', considerada una de las cien mejores novelas en lengua inglesa, se ahorcó en 2008, con 46 años.
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