Llegará el 2021 con el yugo de la pandemia sobre el cuello, las cicatrices aún bien marcadas de los últimos meses y la visión borrosa por un tiempo comprometido, difícil, de esos que generan una especie de niebla en la que cuesta avanzar.
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Son tiempos de buscar el rearme tras la zozobra en una travesía que a ciencia cierta nadie, aún hoy, sabe hacia dónde se encamina.
Más allá de la crisis pandémica y de sus consecuencias, la vertiente económica marca el 'manual para la supervivencia' de una parte capital del esqueleto social. Superar el momento actual, reactivar los resortes económicos y salvaguardar el futuro de las generaciones próximas pasa, sin duda, por revitalizar el tejido industrial.
De ahí la importancia que en los próximos meses adquieran las ayudas europeas. El fruto de ese complejo sistema de auxilio sobre la industria será clave para conseguir que, de nuevo, la vida vuelva a entenderse en los mismos términos en que un virus fue capaz de provocar un cortocircuito de dimensiones apocalípticas.
De cómo se gestionen esas ayudas, de la capacidad real para activar la economía y el empleo y por extensión de sus garantías para llegar al núcleo económico, dependerá una buena parte de la reactivación de los datos económicos. Sin verse atrapado en el pesimismo los antecedentes no animan en exceso a creer ni en el sistema de reparto ni en la gestión directa de los fondos que nos esperan.
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El último gran antecedente que existe sobre este tipo de ayudas directas de impacto sectorial tuvo como protagonista a España y a las zonas mineras. Entonces se activaron recursos por un montante total de 24.000 millones de euros cuyo fin único era transformar cuencas de producción minera en activas zonas económicas ligadas a otras áreas económicas. En realidad la fórmula era sencilla: cambiar carbón por futuro con la polea de nuevas iniciativas empresariales y con el apoyo público a través de una inyección económica cuantiosa y directa.
Sin embargo, aquellos 24.000 millones de euros terminaron en la senda del despropósito. Con ese dinero, que debería generar empresas, empleo y futuro, se crearon todo tipo de capítulos en un libro de lectura obligatoria: 'Catálogo del dislate'.
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Y así, con toda una suerte de intermediarios cuya honorabilidad podría ser objeto de estudio, la ingente cantidad de dinero terminó convertida en parques infantiles en pueblos sin niños, piscinas climatizadas en municipios donde no había agua para poder acometer su llenado, polideportivos que nunca fueron utilizados, aparatos de gimnasia para adultos que jamás se estrenaron, polígonos industriales a los cuales era imposible llegar por su deficiente ubicación, casas de cultura vacías de contenido, calles asfaltadas en zonas solo transitadas por ovejas y vacas o espacios de ocio hoy carcomidos por las malas hierbas.
Aquella millonada no solo se fue en proyectos que podrían ser calificados 'de chiste' sino que, siendo inversiones destinadas a zonas mineras, terminaron subvencionando áreas donde la minería y los mineros solo fueron vistos a través de la televisión o las fotos de los periódicos.
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Hoy, pasado el tiempo, fiamos el futuro a la misma fórmula: dinero público para llenar el depósito y la reactivación del motor. Con el optimismo del nuevo año cabe pensar que será la fórmula mágica que salve el crítico momento económico. Si nos apura el realismo muy pronto veremos relucientes piscinas, nuevos parques, brillantes zonas de ocio y remodelados polígonos industriales. Más brillo para el desierto, como resumen.
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