El Reino Unido sigue conectado a la Unión Europea solo hasta el 31 de diciembre de este año, es decir, durante muy poco tiempo más aplica el derecho comunitario y se beneficia del pleno acceso al mercado interior. Por eso debería ser importante para los ... británicos, y en buena medida para el resto de los europeos, cerrar en estas semanas próximas un acuerdo comercial que mantenga esta interdependencia económica. Es preciso superar los obstáculos que aún quedan: derechos de pesca, ayudas de Estado, niveles de protección social y medioambiental y garantías de cumplimiento.

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En el tratado de retirada y la declaración política que hicieron posible el 'brexit' el pasado 1 de enero se ponían las bases de esta futura relación. Pero ahora todo está en el aire. El Gobierno de Boris Johnson ha anunciado que no respetará lo pactado con la UE, en especial en lo referente a la circulación de bienes entre el Norte de Irlanda –que quedaría dentro de la unión aduanera europea– y el resto del Reino Unido.

La indignación en Bruselas ante el desprecio hacia el Derecho Internacional por un país europeo tan importante es comprensible. Las mejores energías de la Comisión se han gastado desde 2016 en negociar la salida británica y establecer una relación futura de socios estratégicos. Un punto esencial ha sido asegurar la vigencia de los acuerdos de Paz de Viernes Santo en Irlanda, basados en la unidad económica de la isla, que se consigue aplicando en toda ella normas comunitarias. Johnson, sin embargo, ha llegado a la conclusión de que es mejor amenazar con volar los puentes, como táctica negociadora de último recurso.

Si al final el 'post-brexit' lleva al aislamiento de los británicos, el primer ministro lo presentará como un triunfo en clave soberanista. Abrazará la estrategia de su asesor principal, Dominic Cummings, partidario de embarcar al Gobierno en un plan de subsidios masivos a sus empresas tecnológicas (estas organizaciones no necesitan financiación adicional, pero sí acceso al mercado europeo).

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El cálculo político de Johnson es buscar un culpable –la Unión Europea– y ofrecer una solución alternativa sencilla y nostálgica, un Reino Unido plenamente soberano. Este discurso populista funcionó para ganar las elecciones de diciembre pasado, pero es posible que no tenga más recorrido. Sin haber superado la pandemia, muchos partidarios de la salida de la UE son reacios a dar el alegre salto al precipicio que les propone el primer ministro. Los británicos empiezan a darse cuenta del enorme coste del 'brexit' y de la pérdida de poder e influencia que experimenta su país fuera de la Unión.

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