Qué bonito es un entierro
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Con esta afición a enterrar sin que aún haya un cadáver, nos pasamos los días en cada esquina de todas las EspañasYa lo dijo Alfredo Pérez Rubalcaba cuando se despidió de la política en 2014: «Los españoles somos gente que enterramos muy bien». Sí lo hacemos, porque «qué bonito es un entierro, con sus caballitos blancos y sus caballitos negros», que recitaba mi abuela, tomando un ... poema de postguerra que retaba jocoso a la muerte para seguir así: «con su cajita de pino y su muertecito dentro».
Pero siempre hay alguien que hace las cosas mejor, hasta los sepelios. Lo hemos visto en el dilatado entierro de la reina Isabel II, unas honras fúnebres en las que los británicos nos han adelantado en majestuosidad por la derecha, que son tan suyos que conducen por el carril contrario al resto de los mortales y de los finados. No me lo imagino aquí, donde somos especialistas en enterrar en vida, sin esperar el estertor final, que es a lo que se refería con amargura e inteligencia Rubalcaba.
Y con esta afición a enterrar sin que aún haya un cadáver, nos pasamos los días en cada esquina de todas las Españas. La última inhumación ha sido la del orden en las Cortes de Castilla y León. Bronca, insultos y un inoportuno micrófono abierto han contribuido a que los políticos de la región entierren la inocencia verbal, que parecía lo más solvente que atesoraban.
Ese sepelio del respeto parlamentario al menos lo han hecho con expresiones muy nuestras y creo que sin que tengan la entidad suficiente para que se haya franqueado la línea de la vejación injusta, que decir un «imbécil» o soltar sin ánimo de que te oigan un «que se jodan» está feo y más en la sede del pueblo soberano, pero de ahí no pasa. Si le hubieran llamado «pe-le-le», sílaba a sílaba, ahí sí que el ofendido podría haberse sentido humillado y enterrado en vida, sin caballitos blancos ni caballitos negros.
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