Basta una bofetada para poner en jaque las imposturas de nuestro mundo. Lo hemos visto estos días. Frente a los discursos políticamente correctos, mil veces replicados por tierra, mar y aire, ha emergido la verdad pasional, instintiva, esencial, del ser humano. Frente a la ficción ... de una fría racionalidad ilustrada y desprendida, la ebullición de los afectos y los vínculos fuertes. Ha bastado que un hombre, Will Smith, saliera en defensa de su mujer, Jada Pinkett-Smith, guantazo mediante, para que se desvelara el cartón piedra de nuestro mundo. La gran bofetada iba dirigida contra el presentador de los Óscar, Chris Rock, pero las abundantes ondas expansivas la han convertido en global.
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Hemos asistido al resurgimiento del hombre y la mujer eternos, para espanto de los espíritus higienizados que los creían animales en vías de extinción. El núcleo emocional de lo sucedido es muy básico, pero muy intenso y verdadero: muchos hombres sienten que deben proteger a sus mujeres, y muchas mujeres quieren ser protegidas por sus hombres. También es cierto al revés, sólo por cauces habitualmente diferentes.
Volvemos a la barbarie, claman unos. Machismo, machismo. Las mujeres no necesitan que las defiendan, se desesperan otras. La violencia nunca es la salida, gritan los más. Pero ¿y si el bofetón lo hubiera propinado la propia Jada? ¿Y si el agresor fuera blanco? ¿Y humorista fuera mujer? Todo sería distinto, no lo duden. La extrema variabilidad de nuestros códigos morales, y su desapego respecto de la realidad de los vínculos, ha besado estos días la lona. Ha sido tumbada por un modesto bofetón.
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