Verónica Casado y Francisco Igea. RODRIGO JIMÉNEZ

El bochorno de los idiotas

La carta del director ·

«Igea fue condescendiente, hemos sido egoístas, inclementes, salvajes, vanidosos, cortoplacistas, ventajistas, vagos y soberbios»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 25 de julio 2021

Francisco Igea, vicepresidente de la Junta, dijo el otro día que somos idiotas porque llevamos más de un año repitiendo los mismos errores en la gestión de la pandemia en España. Idiota es aquel que, con independencia de su desarrollo físico, muestra una edad mental ... no superior a los tres años. En España no hemos sido idiotas. Hay aspectos esenciales de esta pandemia que conocemos desde el primer momento y siguen siendo inalterables: la peligrosidad del virus, su alta contagiosidad, cuál es la población más vulnerable, las principales barreras contra el patógeno, los beneficios de las vacunas, su limitada protección… Por eso creo que, a pesar del grosor de su declaración, Igea fue condescendiente. Porque más que idiotas, bobos, mentecatos, papanatas o pazguatos, hemos sido egoístas, inclementes, salvajes, vanidosos, cortoplacistas, ventajistas, vagos y soberbios… Un completo desastre. Cuidado, no me refiero solo a la dirigencia política. Hablo también de la ciudadanía en su conjunto. De otro modo no cabe explicar la paradoja de valorar con esperanza (incluidos los medios de comunicación) que la curva de la quinta ola se aplane, alegrarse del buen ritmo de vacunación y no haber criticado, con dureza y tozudez, la inacción o torpeza de quienes han dejado otra vez, y ya es la quinta, que el virus campe a sus anchas. Como si nadie supiera que en España había jóvenes sin profilaxis que en fin de curso harían viajes. Como si no supiéramos qué patrón repite esta crisis sanitaria: relajación, brotes, contagios, alta incidencia, descontrol, sanitarios desbordados y muerte, generalmente de gente mayor o débil. Como si ahora ignoráramos que el virus podría causar nuevos problemas en otoño. Como si olvidáramos que las vacunas contienen, reducen y limitan el contagio, pero no lo prohíben…

Publicidad

Siempre es lo mismo. En su momento pareció que Ayuso, la presidenta de Madrid, resolvía la pandemia. Únicamente ganó unas elecciones, pero se estableció la analogía entre victoria electoral y victoria sanitaria. Y no era así. Ni de lejos. En Madrid no han sido las terrazas abiertas ni la famosa 'libertad' las que han vencido al virus porque el virus, que no fue derrotado, se comporta en Madrid exactamente igual que en Orense o Palafrugell. Basta observar la comparativa de incidencia y letalidad por comunidades. De esta y de cualquier otra ola. Ahora estamos con el autoengaño del cambio en los parámetros que miden el nivel de riesgo en función de la incidencia y la presión hospitalaria. El famoso semáforo. Italia, con Draghi en el Gobierno, decidió el jueves pasado dos cosas: la obligación de presentar desde el 6 de agosto un certificado de vacunación, 'Green pass', para acceder a determinados lugares públicos y, en segundo lugar, nuevos criterios para valorar los riesgos. Darán más importancia a la situación del sistema sanitario que a los contagios. Así que empezaremos a compararnos con Italia. En lo que nos conviene, claro. Podríamos mirar a nuestros sistemas sanitarios. O a nuestra organización territorial y de gobernanza. Resulta que Italia lleva en estado de emergencia desde enero de 2020 y que allí, por ejemplo, las regiones no pueden adoptar medidas más laxas que las que apruebe el Consejo de Ministros. Más aún, aunque la incidencia de contagio tiene menos peso, por la vacunación principalmente, las restricciones siguen siendo más severas que las que rigen en España. Así, en el nivel más bajo, con incidencia de 50 contagios por 100.000 habitantes, el aforo permitido en espectáculos en interiores no puede superar el 25%.

Como casi siempre, fuera de España todo es más serio. Incluso en Reino Unido, donde se ponen serios hasta para saltarse todas las prevenciones. Aquí tenemos un Gobierno que decidió hace mucho desentenderse de todo y un semáforo que ya no sirve pero que tampoco adaptamos. Aquí debemos soportar el bochorno de escuchar cómo una consejera de Sanidad –la nuestra, santa Verónica– pide a la población que se confine voluntariamente de una a seis de la madrugada mientras su propio gobierno regional insiste en transmitir a la población que estamos en nivel de alerta uno, el más bajo. ¿No es un disparate? Capítulo aparte merece, en fin, la facilidad con que en este país hemos asumido que nuestros hospitales y consultorios, que antes de la pandemia ya necesitaban muchas mejoras e inversiones, puedan ahora soportar picos de ocupación en críticos del 16% por una única patología, la covid19. Y sin despeinarse oiga. Sin dolor ni rebeliones. Porque no somos idiotas, sino cobardes.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad