Pertenezco a una generación y a un estatus social cuyas madres trabajaron como mulas mientras su naturaleza se lo permitió. Hasta donde me alcanza la memoria las señoras de mi barrio hacían en casa vestidos o faldas para otras personas, curraban en el campo, ... en la fábrica textil que había junto a la dársena del Canal de Castilla o atendían un mísero quiosco durante doce o catorce horas diarias. Por si esto fuera poco cocinaban, atendían al sector machuno de la casa (hijos y marido), lavaban la ropa en el río, ayudaban al maromo a volver al hogar tras haber recorrido los bares del entorno y casi todas murieron sin haber descansado un solo día a lo largo del año y sin pisar un cine. De ir de vacaciones o a comer en un restaurante, ni hablamos.
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Por razones así de pedestres me enternecen las historias que se cuentan en el presente reportaje, cuyas protagonistas siguen currando con ochenta años o más. No sé qué significado tendrá para ellas la conmemoración del Día de la Mujer, aunque estoy seguro de que los derechos que les otorgan las leyes no les resultarán desconocidos. En el lado contrario, no me imagino preguntándole a mi madre si tenía previsto salir mañana a manifestarse para festejar la jornada. Seguro que me soltaba una de sus frases más repetidas: con la cantidad de cosas que tengo yo que hacer un lunes como para salir de paseo. Anda, anda, calla, que no dices más que bobadas…
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