Si el camino y la fiesta eran las metáforas clásicas de la existencia, esta maldita pandemia nos ha matado un poco. La vida es un largo viaje con final incierto y este nefasto paréntesis será difícil de olvidar. La memoria es una oficina de ... objetos perdidos en la que ahora rebuscamos aquellos veranos de persianas bajadas y vecinos ausentes o rememoramos andanzas, verbenas y tiempos mejores. Esas efímeras fotografías digitales en las que la mascarilla aún no ocultaba nuestra sonrisa, ay.
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Y cuando empezábamos a ver la botella medio llena, vuelven los rebrotes y las drásticas medidas que darán la última paletada de cal a la economía. Un horizonte muy negro que intuimos todos menos el Gobierno, que sigue empeñado en un discurso de tópicos y lugares comunes, de país de las maravillas. Es la nueva normalidad de arrimar el hombro y el ascua a su sardina.
De entrada, el presupuesto anunciado se ocupará, amén del sablazo fiscal, de la insoportable levedad del ser. A saber: Transformación digital, transición ecológica, cohesión territorial y agenda feminista. Ahí es nada.
Siguen sin aprender la lección, sin percibir la gravedad de lo real lejos de la ingenuidad y el idealismo, de la imprudencia y la estulticia.
Lemas, consignas, ideas cortas y grandilocuentes al servicio de la imagen y de la cohorte de palmeros que jalean a quien detenta la vara de mando y controla la imprenta del BOE. La cuestión es atornillarse al poder al precio que sea. Y nos va a salir muy caro.
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