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«Puede que el leonés, es cierto, esté contaminado por el virus del pesimismo y la desazón. Puede que así sea»En enero de 1993, en unos prados de pasto en la vega de Oteruelo y con las vacas aún rumiando al fondo, se ponía la primera piedra de la que entonces se suponía iba a ser la empresa que diera un vuelco a la nula ... industrialización de la provincia de León: Biomédica.
Acudió al acto, pala en mano, el entonces obispo de la provincia. No hay proyecto que se precie que no precise de hisopo y agua bendita para garantizar el futuro. El alcalde de entonces, Juan Morano, acompañado por el entonces presidente de la Junta y el consejero del área, Juan José Lucas y Fernando Becker.
Todos, al unísono, rindieron pleitesía al empresario Frank Wilbourne que prometía por entonces una inversión de 5.000 millones de las viejas pesetas y un cambio radical en el sistema productivo de una provincia que ya por entonces veía cómo el carbón manchaba demasiado y la población hacía las maletas hacia otros puntos de la geografía nacional.
Todo había sido un camino de rosas y promesas hasta que se descubrió, apenas unos días después de incrustar la primera piedra en el fondo de un terreno enfangado, que Wilbourne, muy americano, con el pelo algo canoso y los ojos azules, pero siempre bien trajeado, era un timador. Su empresa tenía menos solvencia que plato de coliflores bien hervidas y su presencia en León obedecía más a un interés por escapar de la Interpol y el FBI después de que saliera corriendo de las Antillas Holandesas por un pufo similar.
Aquel fiasco, que ridiculizó a todos los leoneses, solo fue el primero. La sociedad civil confiaba en Biomédica con la misma ilusión que tiempo más tarde lo haría con la Escuela de Pilotos, por poner otro ejemplo. Fue el expresidente Aznar quien comprometió para León una escuela de pilotos militares similar a la de San Javier.
Sería en la Virgen del Camino donde se formarían los responsables de pilotar los famosos F-18. Nunca llegaron. Vinieron pilotos militares, sí, pero para cenar en el Barrio Húmedo y regresar a su destino. La gastronomía, es lo que tiene.
No son los únicos fiascos de esta provincia. También se quedaron en el limbo de los imposibles la promesa de un Centro Nacional de Artes Escénicas para el Teatro Emperador (que sigue desconchándose día a día), la elección de León como subsede del Museo del Prado, el millonario HUB Agroalimentario para el Bierzo comprometido por Juan Vicente Herrera, León como capital Europea de la Cultura, el centro logístico de Amazón, o la apuesta para que esta provincia fuera la Agencia Europa de la Ciberseguridad.
No se vayan, que aún hay más. A León también se le puso el caramelo en la boca de ser la Academia de Estudios Penitenciarios o convertirse en Patrimonio de la Humanidad. Y todo con el mismo entusiasmo que la doble vía del tren AVE a Madrid, la apertura de la Ciudad del Mayor, la León-Valladolid o las conexiones con la Vía de la Plata, por no hablar del corredor Atlántico o la Facultad de Medicina.
La guinda ha sido León como sede la Agencia Espacial Española, una opción multiplicada por el hecho de que los dos próximos astronautas españoles sean leoneses y alentada por el ilusionado deseo de toda una provincia para salir de la miseria, la despoblación, la desindustrialización y la ausencia de oportunidades.
Puede que el leonés, es cierto, esté contaminado por el virus del pesimismo y la desazón. Puede que así sea. Seguro. Pero razones, lo que se dice razones para el optimismo y la creencia en esta clase política cada vez quedan menos.
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