![Coronavirus: Un billete para el tren del futuro](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202004/26/media/cortadas/reyesmate-k3QF-U1001063952781blG-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Uan test sobre nuestra humanidad», dice el presidente alemán; «un plan para resucitar» porque lo que está en peligro es la vida, reclama el Papa Francisco… Pocas veces las llamadas de atención ante un peligro inminente han alcanzado esta solemnidad.
La catástrofe de la covid-19 ... ha servido para descubrir algo tan obvio como que «lo principal es la salud» y en todos los rincones se hacen votos para que, cuando esto pase, esa verdad ahora revelada se convierta en el eje de la política. ¿Seremos consecuentes? No va ser fácil.
Detengámonos en lo que estamos queriendo decir al poner en lo alto el cuidado de la salud. No solo estamos pidiendo un sistema eficaz de lucha contra el sufrimiento que causa la enfermedad, sino también contra el que generan la pobreza y la desigualdad. Y no es que no tuviéramos ya un notable sistema de sanidad y que no hayamos tomado medidas contra la pobreza, el desempleo y a favor de la igualdad de oportunidades. Es cierto, pero no basta. Lo que está sacando a flote la experiencia de la pandemia –y esa es su novedad– es convertir al sufrimiento en un principio político. Hasta ahora era un valor moral. Si veíamos a alguien sufriendo, por ejemplo, nos sentíamos movidos a la compasión, pero aceptábamos que la política tuviera otras prioridades: las macrocifras, la competividad, el ranking, los balances…
reyes mate
Ahora bien, si el eje político se desplaza hacia la lucha contra el sufrimiento, entonces el objetivo primero no consistirá en crear más riqueza sino en reducir la pobreza; no en ser los primeros por arriba, sino no dejar a nadie atrás; no en engordar la lista de los ricos, sino en reducir la de los pobres: ¿Habrá que recordar que un 1% de ricos acaparan el 80% de la riqueza mundial?
Ese cambio no va a ser fácil pues lo impide un muro casi infranqueable que no está hecho con materiales de desecho, como el egoísmo o la envidia, sino con materiales nobles que todos valoramos. Puede resultar contradictorio que el mayor obstáculo para una política compasiva esté constituido por valores que veneramos. Me refiero a ese complejo mundo que llamamos progreso. De él forman parte conquistas que nos resultan irrenunciables: el coche, el viajar sin límite, la segunda vivienda, el supermercado a tope, las modas , el prêt à porter etc. Ese es nuestro paraíso. En él hemos creído, para él nos hemos preparado profesionalmente y, para que nada falte, hemos elevado su confort material a mundo ideal. Nada es más humano que bañarse en progreso. Es lo que venía a decir uno de los grandes filósofos españoles, José Ortega y Gasset . Decía el 'filosofo del Manzanares' que lo propio del ser humano no es vivir sino vivir bien y para eso no le basta satisfacer las necesidades naturales sino que tenía que crear otras, artificiales. El animal si tiene sed, busca un río; el hombre, abre un pozo, pero no sólo para beber sino para hacer una alberca, regar un campo de golf, cultivos intensivos… sin tener en cuenta que las necesidades inventadas pueden ser infinitas pero el agua se agota. Se nos fue la mano con la invención de necesidades.
Esa cultura del progreso, que confunde humanidad con consumismo, no tiene en cuenta, desde luego, los límites de la naturaleza, pero tampoco el sufrimiento humano que, a modo de combustible, necesita para avanzar. El bienestar de las sociedades modernas es impensable sin la opresión de los esclavos, la explotación de los obreros y el expolio de la naturaleza. Es un hecho indiscutible que la humanidad ha progresado sacrificando a los más débiles. Lo sabíamos y lo aceptábamos diciendo que era el precio del progreso, es decir, era el precio que había que pagar para que una parte de la humanidad o las generaciones futuras, vivieran mejor. Bueno pues eso es lo que ya no podemos permitirnos si elevamos el sufrimiento a principio político. El bienestar de los unos no justifica el malestar de los otros.
El cambio que se pide de mil maneras estos días de confinamiento solo sería posible si cuestionamos la autoridad del progreso. No se trata de volver a la prehistoria, ni sustituir le electricidad por el candil. Claro que le debemos mucho. Entre otros muchos beneficios, vacunas salvadoras. No cuestionamos el beneficio del desarrollo científico, por ejemplo, sino lo que los viejos marxistas llamaban 'la ideología del progreso', es decir, no saber distinguir entre un progreso al servicio de la humanidad o una humanidad al servicio del progreso. El progreso busca progresar a cualquier precio aunque haga daño o consuma recursos que serían bienvenidos para otros objetivos mucho más humanitarios. Ahora sabemos que, para la humanidad, es mucho más importante investigar en pandemias que en ir a la luna, pero eso no lo entiende la ideología del progreso que prima el desafío espacial por razones económicas o de prestigio político.
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Lo que tiene de perverso la ideología del progreso son sus mensajes. Dice, en primer lugar, que siempre hay tiempo dando a entender que somos eternos y la naturaleza, inagotable. Pues no, tanto el hombre como el mundo somos finitos, por eso hay que cuidar los limitados recursos naturales. Y el otro mensaje tramposo consiste en prometer la felicidad para el momento siguiente, despreciando el presente. Al progreso lo que le interesa es progresar, avanzar. No se detiene en lo logrado ni disfruta el momento presente. Como bien decía Nietzsche, «al progreso no le interesa la felicidad sino el desarrollo y nada más». Le pasa lo que a la moda: pierde su novedad, justo cuando llega.
¿Conseguiremos cambiar? «Otro mundo es posible pero no tendrá lugar», titulaba Le Monde recientemente una de sus tribunas. Hay razones para el escepticismo. Si Primo Levi decía al dejar Auschwitz, que fue peor que la covid-19, «no salimos mejores ni más sabios», ¿por qué habríamos de aprender ahora? La razón para la esperanza reside en la sinceridad del sentimiento. Ahora parece que estamos convencidos de que lo primero es la salud, pero para estar sanos hay que vivir más austeramente, hermanarse con la naturaleza, viajar sin prisa, cuestionar la velocidad, repartir el trabajo, que los ricos sean menos ricos para que los pobres sean menos pobres, es decir, deponer el progreso que todos veneramos. Como eso no es fácil, podemos perder el tren de la esperanza.
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