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En diplomacia no hay teoremas ni sentimientos, porque en ese juego sólo cuentan los intereses y la cartografía. Eso creía Charles Maurice Talleyrand, obispo, político y estadista francés que rigió desde la sombra durante tres décadas el destino del imperio napoleónico. Dos siglos después, los ... protagonistas de un encuentro de conveniencia política en la ciudad suiza de Ginebra han desmentido al diplomático francés para tantear sus desasosiegos servidos en gestos y palabras: el presidente Joe Biden volvió a mirar a los ojos de su adversario Vladimir Putin en busca de certezas, y el presidente ruso citó a León Tolstói para responder a un periodista que le preguntaba si tenía o no confianza en el presidente norteamericano: «Tolstói decía que en la vida real sólo hay atisbos de felicidad y no puede haber en ella una confianza como la que se tiene en la familia. No hay felicidad en la vida, sólo hay espejismos en el horizonte... Creo que sí hay una chispa de esperanza en los ojos de Biden».
No es probable que los detalles sentimentales, nacidos de la intensa relación entre los dos líderes que dura ya más de una década, formen parte de las actas oficiales de la cumbre celebrada en una lujosa villa de Ginebra con vistas al lago. La última vez que los líderes estadounidenses y rusos se reunieron en Ginebra fue en noviembre de 1985, cuando el belicoso Ronald Reagan se enfrentó al nuevo jefe soviético Mikhail Gorbachev que preparaba ya su perestroika. Han cambiado mucho los escenarios desde entonces y el ruido del tiempo, como recordaba con su muda presencia el globo terráqueo que presidió el encuentro de Putin y Biden el pasado miércoles. Rusia emergió de los escombros de la Unión Soviética en 1991 y Estados Unidos alteró luego el rumbo de sus preocupaciones apuntado preferentemente hacia China. Y sin embargo, nunca como ahora estuvieron en un nivel más bajo las buenas relaciones entre los dos amos del mundo desde aquel tiempo. Reagan abrió las conversaciones con una declaración dramática: «Estados Unidos y la Unión Soviética son los dos países más grandes del mundo, las superpotencias. Son los únicos que pueden comenzar la Tercera Guerra Mundial, pero también son los únicos dos países que pueden traer la paz al mundo». Fracasaron los sentimientos y acabó entonces la guerra fría, mas nunca llegó a imponerse una paz caliente.
Con la llegada del tercer milenio se instaló en el Kremlin un nuevo liderazgo dispuesto a unificar a toda costa el poder desmembrado del caduco imperio soviético. Aquella bonhomía rusa brotaba del desastre que aún perdura, cuando el presidente George W. Bush se reunió en Eslovenia el año 2001 con el heredero del poder soviético salido de la entraña de la KGB, Vladimir Putin. Fue allí donde el amedrentado Bush hizo su famoso y quizás perverso juicio acerca del engañoso talante de Putin: «He logrado escuchar el fondo de su alma». Dos décadas de sobresalto permanente han conducido las relaciones entre las dos superpotencias a un pozo sin fondo, agitadas por la agresividad creciente del nuevo zar: Putin se anexionó Crimea, lanzó operaciones militares contra Georgia y Ucrania y aplastó a los grupos opositores, desplegó su potente poderío militar para instalarse y controlar el escenario bélico de la guerra siria y ordenó con sigilo la contra-propaganda durante la campaña electoral norteamericana en favor de Donald Trump. Con la llegada de Biden a la Casa Blanca, el diálogo con el Kremlin entró en el silencio cuando ambos gobiernos retiraron a sus respectivos embajadores.
Las antiguas tensiones extremadas y la niebla diplomática durante el periodo de la guerra fría marcaron luego el nuevo alejamiento y la lealtad imposible entre adversarios tan irreconciliables. La reunión en Ginebra no ha logrado resolver tantos desafíos pendientes ni reconcilia la relación personal de los líderes empeñados en escudriñar el alma del otro. Ambos han escenificado esa lejanía casi ritual, pero también su pretensión de establecer unas relaciones más estables y predecibles. Después de tantos años de conflictos y sanciones en su permanente guerra blanda contra Estados Unidos, Putin parece estar dispuesto a agradecer la evidencia de que él sigue teniendo peso en el mundo gracias a la atención que le presta el adversario. Su aparente disposición a ocuparse seriamente y poner coto a los ataques cibernéticos contra Estados Unidos demostró su deseo de salir de la reunión con algo positivo que ofrecer. Biden había marcado de antemano su decidido propósito de responder con las mismas armas a esas agresiones desde Rusia, que algunas instituciones y grandes empresas norteamericanas están soportando cada vez con mayor intensidad.
El conflicto entre rusos y estadounidenses a través de internet es silencioso y sustituye por ahora a la tradicional querella acerca de un nuevo acuerdo de desarme atómico, cuyos detalles quedaron fijados en la cumbre de Ginebra. Con su silencio ante la amenaza de réplica norteamericana si continúan desde Rusia las agresiones cibernéticas, Putin ha aceptado respetar esa línea roja y silenciar a los piratas de la guerra digital facilitando a Estados Unidos las conexiones clandestinas que conducen a esos nuevos filibusteros. La cumbre de Ginebra produjo destellos de luz y un atendimiento recíproco, sin las estridencias de tiempos pasados. Al fin, Putin se presenta como un adversario amansado y bajo control. Ya lo demostró el gran estadista francés Charles-Maurice de Talleyrand: la diplomacia es, las más de las veces, un estilo del arte del trampantojo y la felicidad no es su principal aspiración.
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