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Berto fue pastor toda la vida, desde niño. Apenas tenía diez años cuando recorría junto a su padre los montes de la provincia de León. El oficio le venía de lejos. Su abuelo paterno había inculcado esa tradición familiar a su progenitor y, según cuentan, ... en las mismas estaba su bisabuelo.
En la última hornada, hasta que las nuevas normas europeas y las limitaciones nacionales le pusieron cerco, Berto acumulaba en su cabaña cerca de 350 ovejas que entremezclaba en ocasiones con algún cabrito y varias camadas de carea leonés algo deterioradas por los cruces entre estos animales.
Él nunca fue consciente de que su labor, más allá de la parte 'industrial' que alimentaba la siempre difícil economía familiar, era también un guiño a la ecología y un punto de equilibrio en los espacios naturales.
Berto y su cabaña ejercieron durante décadas como un cortafuegos andante. De un lado para otro sus animales limpiaban las fincas abandonadas por el medio del campo, y del monte, y abrían espacios que impedían el paso de las llamas si es que estas llegaban. En realidad, los incendios por entonces nunca fueron un problema más allá de un rayo 'mal caído' o una aislada imprudencia con el forraje. Poca cosa para lo que hoy se conoce.
Berto murió y antes que él desapareció su enorme rebaño, malvendido para no tener que asumir un enorme proceso burocrático cuando en realidad estaba al borde de la jubilación. No merecía la pena tanto empeño por salvar aquella cabaña.
Y como él, tantos otros. Su adiós convirtió el campo en lo que es hoy, un espacio mal protegido, enmarañado por una burocracia letal de la que viven unos cuantos personajes ejerciendo de lo que no son, y empobrecido por el abandono durante décadas.
Ni la producción de biomasa, tan cacareada en la actualidad, ha servido para aliviar una situación que en el campo se veía venir desde hace décadas y que se ha multiplicado por ese 'cambio climático' que ni es nuevo ni ha caído del cielo como una plaga un día concreto de un verano determinado.
Los fuegos, los de hoy, son un efecto diabólico de la indiferencia hacia la 'España vaciada', del abandono de la naturaleza, del olvido a los espacios naturales y de un perverso sistema normativo que alimenta una administración sobredimensionada, engordada artificialmente y estéril en no pocos casos.
Hoy es imposible limpiar un monte sin que exista un expediente normativo y otro sancionador de por medio. Y ambos, con todos sus plazos legales y sus pertinentes recursos (eso es la Administración hoy, un laberinto perfectamente organizado para no llegar a ninguna parte). Lo mismo que ocurre con los ríos, las choperas y los canales. Puro desconocimiento y pura ignorancia de lo que es la realidad más allá del asfalto, el ladrillo, el despacho y el coche oficial.
Se ha llegado a tal disparate que hoy, de nuevo, la naturaleza nos abofetea con una dosis de realismo que merece un punto de reflexión. De reflexión, que no de estupidez.
En el circo político la respuesta a la crisis actual, la de las 42.000 hectáreas quemadas y la de los más de 250 fuegos declarados, puede ser tan esperpéntica como la que aquí se hace visible: el gobierno autonómico, desgobernado, hace política atacando al ejecutivo central mientras una parte del mismo presume de que contratará 5.000 desempleados y organizará conciertos musicales para normalizar la situación. Así, es imposible.
Berto tenía todas las respuestas a esta crisis pero, desgraciadamente, duerme cada noche bajo una losa de granito. Y con él, toda la razón, y todo lo razonable.
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