Cuando uno piensa que ya lo ha visto casi todo y su capacidad de sorpresa ha tocado techo, llega el adelanto de elecciones al gobierno de una comunidad, en este caso la de Madrid, y ese límite salta por los aires como la tapa de ... una olla a presión que estalla y lo deja todo perdido de barbaridades. La primera de ellas, ese antagonismo con que se despachó al principio el PP, el de 'socialismo o libertad'. Luego surgió lo de 'fascismo o democracia'. En nuestro debate público ya se manejan con una tranquilidad pasmosa conceptos tan peligrosos y complejos como ese. O como nazismo. Todo se trivializa o emocionaliza. Las ideas, la memoria, el conocimiento y la verdad importan un carajo. La ministra de trabajo, Yolanda Díaz, llegó a decir, por ejemplo, que el comunismo es «la democracia y la libertad». Ella no tiene el mérito de que España haya logrado situar al comunismo al frente del Ministerio de Trabajo para que, entre otras cosas, se diga semejante sandez. Eso es cosa de su baranda, Pablo Iglesias, e indirectamente de Pedro Sánchez, el insomne.
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El caso es que así andamos. El desahogo de los días de campaña ha sido insufrible. Todos pendientes del ritmo de vacunaciones, de los sondeos electorales, de cómo vamos a entrar el 10 de mayo, tras el fin del estado de alarma, en una fase de la pandemia en la que va a ser difícil manejar restricciones y perímetros. Y sobre todo, atentos al último numerito político o mediático. Cada vez más agrio. Más sectario. Más excluyente. Más radical. Más antipolítico, violento, simplista, obsceno… ¿Que sigue muriendo gente, cada vez más joven, y ya llevamos más de 10.000 solo en Castilla y León? ¿Que siguen sin llegar ni ordenarse los fondos de reconstrucción europeos? ¿Que el desencuentro social y político no deja de enconarse? ¿Que España destruye casi 140.000 empleos en tres meses? Pequeñeces. Lo importante es saber si sale adelante una súperliga de fútbol europeo o no. El punto álgido de este despiporre encontró acomodo en un debate de la Ser al que no acudió la favorita, la presidenta, Díaz Ayuso, y del que Iglesias se fue dando un portazo porque la candidata de Vox, en un alarde de indecencia, con menos inteligencia que un gnomo de escayola, no rechazó las amenazas que habían recibido por carta el líder de UP y el ministro Marlaska. Balas en un sobre. Gabilondo, cabeza de lista del PSOE, se fue algo después. ¡Qué criatura! Está a por uvas hasta para copiar. El desparrame de los días posteriores fue miserable, con más amenazas y más cartas. Con Interior contando, algo inaudito, el minuto y resultado de cada nuevo envío, como el de la navaja ensangrentada que Reyes Maroto recibió remitida por un perturbado. Y llegaron, ya tardaban, los cordones sanitarios. Para todos menos para Bildu y los secesionistas catalanes, que son como el comunismo, o sea, 'democracia y libertad' en estado puro. Incluso apareció Jorge Javier Vázquez, que se hizo un deluxe en Vallecas con Gabilondo para decir que le preocupa mucho la extrema derecha. Que no lo sabíamos.
Recordé épocas no tan lejanas en las que los domingos contaba, como hoy en esta página dos, que los discursos públicos, las tertulias y nuestros referentes institucionales nos estaban conduciendo, poco a poco, imperceptible pero continuamente, a un tenso estado de las cosas rehén del todo vale; que ello iba a traernos, poco a poco, pobreza, amarguras, retrocesos, penurias y zozobras colectivas. Y en esas recibí la noticia de que un paisano, periodista también, David Beriáin, había sido asesinado en Burkina Faso junto a su cámara, el salmantino Roberto Fraile, mientras trabajaban para contar al mundo la realidad de la caza furtiva que en el imperio de Youtube no queremos ver. Sentí rabia. Porque, en mitad de este fango de flojeras que se lanzan fascistas y comunistas a la cara todo el día porque no saben hacer otra cosa, hay que joderse que tengamos que perder a un buen hombre que, en una entrevista, tuvo el atrevimiento y genio de decir algo que, por desgracia, nadie entendería en este bendito país en estos momentos: «Para mí, el periodismo es la religión del otro. Lo que importa es lo que pasa a los demás e intento dedicar mi vida a entenderlo. No sé si me espera ninguna otra vida después, pero creo que mi dios son los demás». David Beriáin o la nada.
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