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Hay una respuesta obvia a la pregunta que encabeza este artículo. Los Beatles nos siguen interesando porque su música evidencia una capacidad para integrar elementos propios y ajenos, antiguos y nuevos, con una belleza, equilibrio, fortuna y energía que nos cautiva y que acredita su ... condición de clásicos. También nos sorprenden porque no se conformaron con la amabilidad de la armonía y exploraron asimismo los territorios de la distorsión, la extrañeza y lo áspero, como buenos modernos.
Pero hay otra razón importante que no puede ignorarse: los Beatles se convirtieron muy pronto en símbolo, en emblema social más allá de lo musical. Los de Liverpool no inventaron la contracultura, ni los movimientos contestatarios de los sesenta, ni la revolución juvenil, ni el hippismo, pero fueron los que mejor expresaron todo aquel hervidero de tensiones, conflictos, ilusiones, esperanzas y frustraciones. Una marmita de ingredientes con la que se ha construido nuestro presente.
Un cruce de caminos que se hizo especialmente visible tras la separación. Y así John Lennon se decantó por el activismo político, Harrison por la búsqueda espiritual oriental, Paul McCartney se decantó por el medio ambiente y la protección de los animales y Ringo Starr se mantuvo fiel a una actitud lúdica y desenfadada. Pocas trayectorias pueden sintetizar mejor nuestro hoy.
La inquietud espiritual y la fascinación por Oriente es uno de esos caminos, y ahora se aborda en una extraordinaria exposición organizada por la Casa de la India de Valladolid. Exposición que sirve asimismo de preámbulo al estreno en Seminci de un documental que explora el viaje de los Fab four a India, al ashram que gestionaba el gurú Maharishi en Rishikesh.
Es imposible no sentirse interpelado por las búsquedas que los Beatles, junto a los jóvenes de su tiempo, protagonizaron. Con cada vuelta atrás a esta época nos reencontramos con un estallido adolescente del mundo, una etapa en la que todo parecía posible y hermoso, justo antes de que cada elección generara sus propias renuncias, y comenzara a evidenciar sus carencias, miserias y frustraciones.
Nuestro mundo está hecho de esos mimbres, construido con las ilusiones de aquellos años de fulgor, pero ya no luce como entonces, porque aquella energía se ha desvanecido, atrapada en sus propios enredos, inconsistencias y fuegos fatuos. Pero siempre nos queda la oportunidad de volver la mirada atrás, a ese momento en el que todo estaba por hacer, y repensar desde ahí nuestro presente, al calor de las llamas profundas que alentaron un proceso que, en su aspecto actual, está lejos de lo que aquellos jóvenes soñaron.
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