No es la batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, pero casi, a tenor del dramatismo con que se está viviendo la madre de todas las elecciones en la Comunidad. Pongamos que hablamos de Madrid, un poblachón manchego, en palabras de Mesonero Romanos, que ahora cobra ... un inusitado protagonismo político por unos comicios que lo convierten, por vez primera en su historia, en un referente a nivel nacional. El tsunami murciano, provocado por un mal cálculo de Ciudadanos, provocó que Isabel Díaz Ayuso decidiera apretar el botón del pánico y llamar a las urnas en solitario, como si Madrid fuera una comunidad histórica. A partir de ahí, los acontecimientos se han sucedido con una intensidad que no está dejando títere con cabeza.

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Para empezar, Ignacio Aguado, el vicepresidente, queda definitivamente apeado y amortizado de la vida política. Su estilo, imitando a Albert Rivera, se ha estrellado en el espejo de su propia torpeza y ahora será Edmundo Bal quien se batirá el cobre en unas elecciones en las que Ciudadanos puede desaparecer del parlamento madrileño. Pero, con todo, lo más significativo lo constituye el arcano indescifrable protagonizado por Pablo Iglesias. Cuando hoy martes ustedes lean esta columna, el hasta ahora referente indiscutible de la izquierda morada se estará despidiendo de sus compañeros ministros en el Palacio de la Moncloa, poniendo punto final a una breve etapa de Gobierno por la que ha transitado con más pena que gloria. Nadie conoce muy bien la causa de esta drástica decisión que supone dejar toda una vicepresidencia para probar fortuna en el ámbito de la limitada política madrileña. No se entienden las razones, más allá de que Iglesias carecía de competencias efectivas en el Gabinete y busca ahora un desmarque de su socio, Pedro Sánchez, cuyo alcance tenia limitado en la situación anterior; por eso, su súbita decisión es todo un misterio que habrá de descifrarse pasado el tiempo.

La operación hubiera tenido sentido si se tratara de liderar al conjunto de las fuerzas de izquierda en la Comunidad, pero con un candidato como Ángel Gabilondo al frente del PSOE, y con Mónica García, defendiendo con uñas y dientes su candidatura desde Más Madrid, la posición de Iglesias queda capitidisminuida y limitada a Podemos que puede ser, perfectamente, cuarta fuerza política, un resultado que comprometería muy seriamente su futuro político a todos los niveles. En realidad, la decisión de Pablo Iglesias supone, además, dar un paso al lado y entronizar como nueva lideresa de la izquierda podemita a Yolanda Díaz, ungida como sucesora por quien un día soñó con asaltar los cielos y sólo consiguió hacerle cosquillas a las nubes.

Su ultimo y definitivo error fue dirigirse a su íntimo enemigo, Íñigo Errejón, proponiéndole, después de centenares de desplantes, una candidatura conjunta encabezada por él que convirtiera a Más Madrid en una fuerza subsidiaria de Podemos. El portazo, que diría Sabina, sonó como un signo de interrogación y la candidata Mónica García no tuvo empacho en rechazar actitudes paternalistas como si una mujer no fuera capaz de representar a una fuerza progresista y necesitara del concurso imprescindible del macho alfa de la izquierda.

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Lo cierto y verdad es que hoy martes Pablo Manuel Iglesias Turrión, inicia su alejamiento del poder. En Moncloa se acabaron los insomnios. Cuando le vean abandonar su flamante despacho de vicepresidente, se escuchará, seguro, la voz de Pedro Sánchez comentando con Iván Redondo, desde la ventana, aquello que llevan pensando y deseando demasiado tiempo: «Qué Dios te dé, querido Pablo, tanta salud como descanso nos dejas».

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