Un mar eternamente embravecido separa las arenas doradas de Calais y los farallones blancos de Dover. Desde la costa normanda atravesaron en el otoño del año 1066 el temido Canal de la Mancha, apenas treinta millas náuticas colmadas de leyenda y guerras, un centenar de ... naves al mando del duque Guillermo de Normandía. La crónica oficial de aquella invasión francesa de Inglaterra, primera y única en la historia, se cuenta en finos bordados y con pormenores de época en el famoso Tapiz de Bayeux. Aquella hazaña bélica culminó con la derrota del ejército inglés en la batalla de Hasting. Siete siglos y medio después de muchas guerras libradas allí por mar y tierra, Napoleón Bonaparte planeó en uno de sus sueños de grandeza y odio al inglés «cerrar la irritante y costosa brecha del Canal de la Mancha», imaginería política herencia de docenas de ideas y proyectos ensayados para unir de forma definitiva las islas Británicas al continente europeo.

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En ese paraje marítimo tan agitado de siempre por gestas bélicas, se exhibe ahora una de las más desdichadas miserias humanas, cuyo estrago crece de día en día: durante los primeros diez meses de este año, los gendarmes franceses han detenido allí a unos 50.000 emigrantes. Unos 10.000 de ellos fueron rescatados de las olas violentas del Canal. Los emigrantes, embarcados por las mafias de los pasadores a precios de chantaje, se enfrentan a la muerte para alcanzar la costa inglesa e ingresar en la hueste de trabajadores clandestinos que el gobierno de Boris Johnson consiente para cubrir la demanda de mano de obra ilegal acrecentada por el Brexit. La muerte hace unos días de veintisiete de esos desesperados aventureros en busca de la tierra prometida, a bordo de una mísera barca que naufragó, agita las relaciones entre los gobiernos de Londres y París, y pone en evidencia las maniobras de ambos para cerrar ese coladero de emigrantes y cortar la avalancha que no cesa. Tres niños había entre los muertos del desvencijado bote inflable que volcó durante la peligrosa fatal travesía del Canal.

El gobierno británico prevé que este año entren por esos coladeros de su costa sur más de 50.000 clandestinos. El aumento de afganos, iraníes, eritreos, albaneses y sirios, llegados en condiciones de desesperación desde sus países en guerra, está alimentando el raudal incontrolado de emigrantes que sueñan con obtener un visado de asilo político. Sólo la cuarta parte de ellos recibirán ese documento de salvación a cambio de jugarse la vida. En el mismo escenario de esa tragedia migratoria alimentada por sus desgraciados protagonistas, se está representando un vodevil político propiciado por el primer ministro británico Boris Johnson. Mientras los gendarmes franceses desplegados en las playas de Calais retiran por enésima vez las tiendas de los campamentos de refugiados, el presidente Emmanuel Macron protesta por los métodos de provocación tras los que Johnson esconde su escasa voluntad de llegar a un arreglo con la Unión Europea en cualquier asunto, también en este grave conflicto de la emigración clandestina.

El veneno del Brexit ha contagiado la relación entre ambos mandatarios, y la prensa británica, habituada a los desplantes de su Primer Ministro, está dirigiendo su irritación contra los procedimientos de Boris Johnson, a veces despóticos, para calmar las aguas del Canal. Ante esa persistente argucia británica, el presidente francés ha levantado el baluarte europeo y anunciado su decisión de actuar con firmeza frente a las caprichosas exigencias tardías del Brexit. Macron presidirá dentro de dos meses el Consejo de la Unión Europea durante el primer semestre del año 2022; y desde la perspectiva de ese futuro ventajoso exige que Gran Bretaña establezca un centro de procesamiento de solicitantes de asilo en Calais. Johnson ha rechazado cualquier propuesta europea que atraiga, según dice, más inmigrantes al Reino Unido.

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La muerte en el paso de Calais de veintisiete emigrantes ha puesto en entredicho, según Emmanuel Macron, el talante del Primer Ministro británico que pretende no respetar algunos acuerdos firmados ya con la Unión Europea, como el relativo a las condiciones comerciales de Irlanda del Norte. Según sus adversarios, esa actitud engañosa y la marea de emigrantes podrían costarle a Boris Johnson las próximas elecciones. La prensa hostil sigue deteriorando su imagen y sacando provecho de sus frecuentes desplantes. Según una encuesta del periódico 'The Sun', la mayoría de británicos comparan a su Primer Ministro con el personaje Homer de la telecomedia 'Los Simpson', estereotipo del padre grosero, incompetente y vago que se limita a beber cerveza en la taberna, ver la televisión en casa y asistir a algún partido de béisbol. Con esa tela autoritaria se viste Johnson para sugerir a los mandos de la Royal Navy patrullar el Canal de La Mancha con el fin de cortar la invasión de los emigrantes clandestinos.

La prensa conservadora británica censura al presidente francés Emmanuel Macron por su desquiciado odio al Brexit, el tratar al Reino Unido como a un enemigo y su ataque furioso contra Johnson cuando éste habla de recuperar el control de sus fronteras. El empleo a gritos y para consumo público de la desgracia migratoria, pone en entredicho la honestidad de Boris Johnson cuando airea por las redes sociales sus propuestas antes de hacerlas llegar por vía diplomática a los destinatarios de la Unión Europea. Por ese camino de la grandilocuencia y la grosería, Gran Bretaña sigue perdiendo credibilidad en asuntos tan cardinales como la emigración y el mercado único.

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