En 2008 una Shiba Inu abandonada por sus dueños fue adoptada por Atsuko Sato, una maestra japonesa. Sato comenzó a subir a su blog fotografías ... de Kabosu, nombre con el que rebautizó a la perra. Sus graciosos gestos le hicieron viral hasta el punto de convertirse en 2013 en uno de los memes más conocidos de la red: Doge. Su popularidad recorrió Asia y Europa, pero la fama no se redujo a las redes del Internet.
Los inversores que se iban a dormir con La Familia Telerín vuelcan sus ahorros al porvenir de grandes empresas con sedes físicas y con directores que tienen extensas entradas en Wikipedia. No quieren sufrir embolias cuando al despertar miren el IBEX. «Que me genere algo más que lo que me genera teniendo la nómina en Banesto», «que Arcelormittal me pague una escapada al Algarve en verano de 2024». ¡Ser accionista de una gran empresa! Los nuevos inversores no saben lo que es un tipo de interés, no han oído hablar de hipotecas ni de planes de ahorro. Su experiencia en inversión ha consistido en ganar un par de billetes azules con el gol de Rubén Castro en los minutos finales del Cartagena contra el Castellón. Ahora están preparados para romper la hucha del cerdito y abocar su suerte a la criptomoneda del Atlético de Madrid. Uno de esos activos etéreos que probablemente esté consiguiendo que tu hijo tenga por fin la entrada para el quinto con humedades de Paseo Farnesio tiene por logo a la buena de Kabosu.
En los últimos meses la criptodivisa con la cara de la Shiba Inu rescatada en 2008 de una casi segura electrocución, Dogecoin, ha experimentado subidas de hasta un 127%, lo que ha supuesto que lo que empezó como una 'broma electrónica' tenga un valor mayor que el Banco Santander, que la japonesa Mitsubishi o que el propio Twitter. Fue precisamente la red social 'del pajarito azul' la que indirectamente hizo que Kabosu, sin ser Laika, subiese a la Luna.
En 2015 Billy Markus, el creador de Dogecoin, vendió sus criptoactivos por el valor de un Honda Civic. Hoy, con lo invertido en su propia moneda, podría costearse un BMW Serie 6 GT recién salido del concesionario. El actual mecenas de la moneda no es un nombre cualquiera que nos suene a veinteañero que se ha medrado tras muchas horas planeando cómo hacerse rico desde el garaje de sus padres en Tulsa. En febrero de 2021, el hombre más rico del mundo tras arrebatar dicho título a Jeff Bezos, el fundador de Amazon con ascendencia de Villafrechós, tuiteaba una sola palabra: «Doge». Elon Musk, fundador del sistema de pagos 'on-line' PayPal y de la empresa aeroespacial privada más importante, SpaceX, logró con un solo tweet de cuatro letras que la moneda con la cara de la perra adoptada por Atsuko Sato multiplicase por noventa su valor en apenas un par de meses.
Tranquilos, que no habéis pasado a las páginas color salmón. Llegué ayer de trabajar con un hambre voraz. Me dirigí a La Orensana y desde que maniobré para aparcar mi Gran Modus noventa caballos de vapor, José Ángel me había reconocido desde la otra acera, haciéndome aspavientos. No esperaba encontrármelo, a José Ángel, al que hacía en Mallorca con la buena de su señora. Pedimos cañas de cerveza, tónicas con misterio, oreja con pimentón picante y torreznos. Salimos del negocio de Carlos y Pepe con la andorga agradecida, bromeando socarronamente sobre lo caro que nos va a salir comer pincho de lechazo en Traspinedo si el peaje Valladolid-Tudela de Duero prospera. La pasada nocturnia mi novia estaba especialmente guapa. Es guapa, porque evidentemente yo no me junto con hembras vulgares que me avergüencen ante mi testadora y madre, pero ayer estaba especialmente bonita bajo la luz cenicienta de la noche clara. En nuestra despedida me llamó José Ángel, lo que me hizo pensar que o bien me había dejado la cartera o el alma, pero su llamada fue un tanto diferente. Me avisaba muy alterado de un extraño avistamiento, mi amigo José Ángel.
Al cruzar la esquina de calle Linares con calle Cardenal Torquemada había visto unas extrañas luces en fila india, obedientes, que seguían a una recta perfecta. Beodo, libidinoso y perplejo le pregunté por su sobriedad y su embriaguez, pero me aseguró que en Palencia su hermano también lo había visto. «¡Llama a El Norte de Castilla!», me decía. Aunque reímos en el coche, porque pensamos que las arcanas estrellas eran producto de las maldades del Larios-tónica, la llamada me dejó inquietado. De vuelta a mi domicilio solo hacía que pensar en aquel platillo volante que más de trescientas mil personas pudieron ver en 1965 y del que el padre dominico Antonio Felices en una carta al padre Severino Machado y el aviador civil Heliodoro Carrión por radio a la base aérea de Villanubla dejaron constancia.
Como en La Guerra de los Mundos, la gente llamaba a sus familiares para que se asomaran a sus ventanas: «Hay unas estrellas en dirección sur-norte, como yendo hacia Palencia», el WhatsApp ardía. Las tradicionales Venus, Sirio y Vega ya no estaban solas en el cielo, ahora les acompañaba una ristra de ellas que viajaban ordenadamente hacia Palencia, como los faseros. Las estrellas no eran producto de la ginebra. Entrada la noche, el 112 de Castilla y León notificaba por la misma red social que hizo a Elon Musk multiplicar por noventa la criptomoneda de la que es mecenas, que se trataba de uno de los satélites Starlink, enviado al espacio por el hombre más rico del mundo para abastecernos del mismo internet que hizo famosa a Kabosu, la imagen de su criptomoneda. El Valle del Silicio sobrevoló durante un momento la inocente ciudad de Felipe II, y entre barras de bar, las estrellas se amontonaban para que quienes trabajan en el Polígono San Cristóbal, lejos de California, se sintiesen chiquitos en un mundo que se nos complica sin remedio.
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