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Somos seres libres, de pensamiento y de obra, pero debemos aceptar que nuestras acciones ahora están condicionadas por una causa mayor. Descontrolar esa libertad puede situarnos en un escenario disoluto de consecuencias terribles para otros. Y los otros tienen nombre: Paquita y Pascual, la tía ... Angelines o el abuelo Lucio. Viven la segunda onda aislados, en residencias que se han convertido en refugios blindados con ventanas a la vida de afuera desde las que observan cómo la nueva libertad de los demás puede tocarles de lleno. Una barra libre, una relajada comida familiar o un inocente encuentro de amigos puede poner en marcha el aleteo de la mariposa y su efecto dejarse notar en el interior del búnker.
Me imagino a Paquita y a Pascual, un matrimonio de 75 y 85 años. Llevan dos meses sin ver a su familia. Las visitas no están permitidas, así que no han recibido ni la ropa de verano. El brote desatado en su residencia los ha confinado entre cuatro paredes. Ya no hay estímulos en el exterior, pero escuchan en la radio que 70 jóvenes se han montado una barra libre con un final de fiesta glorioso: contagio a discreción. ¡Vaya con la juventud! pensarán.
Lucio cumple hoy 94 años y pasará el día solo en su habitación. Lo mismo le ocurre a la tía Angelines que a sus 93 años rechina los dientes porque quiere volver a ver a las pequeñas de la familia, Irene y Paula. Nadie puede entrar en las residencias, nadie está libre de meter al enemigo entre las cuatro paredes.
Son historias reales, como la nuestra. Ellos también gozan de la 'nueva libertad', pero les ha pillado en un espacio cuyas normas deciden otros, los mismos que os prohíben celebrar y acudir a barras libres. Ya seremos libres para brindar, pero ellos también lo serán para recibir la ropa de verano, estrechar a los suyos y soplar por los 95.
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