Bares, ¡qué lugares!

La puerta se abre con energía y tras ella aparece su figura inconfundible: traje oscuro abrazado por un abrigo de paño negro y la chapela vasca en la mano izquierda deja al descubierto el desordenado pelo blanco. El rector más universal de la Universidad de Salamanca ya tiene el café servido y a sus colegas tertulianos a la espera. Irrumpe con un: «¿De qué están hablando que me opongo?». No falla a su cita diaria. El coloquio de entonces no tenía ni aforo ni límite de horario, pero se nutría de la convulsa España del 36. Hoy esos lugares languidecen con resignación.

Se acabaron, por el momento, las profundas reflexiones o las confesiones de media tinta, el café solitario o el multitudinario, pero lo que parece que también se acaba es la paciencia del mesonero. Este es el cuarto fin de semana de cierre decretado y no parece que la verja se vaya a levantar por completo hasta el próximo mes de diciembre. En el interior, las máquinas han dejado de funcionar, menos la caja registradora de donde sale más que entra. He visto la angustia y la rabia de la hostelería que nunca pide nada y que hoy merece ser rescatada. Pero calma bares, «¡Qué lugares!», que cantara Gabinete Caligari, volveréis a inspirar porque volveremos.

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