Las noticias más leídas del sábado 8 de febrero en El Norte de Castilla
Barra de un bar de Valladolid, durante las restricciones. Gabriel Villamil

Bares con historia

Dados rodando ·

No ha habido nacimiento de un hijo, ascenso en un trabajo o triunfo deportivo que no haya terminado en torno a unas cañas, unos vinos y unas raciones»

Antonio San José

Valladolid

Jueves, 22 de octubre 2020, 08:02

Estamos abocados a tomar medidas muy drásticas que incluirían cerrar el interior de los bares y establecimientos hosteleros, de nuevo. Resulta inconcebible un pueblo sin su bar, en torno al cual gira la actividad de los lugareños, como también habitar una ciudad y no tener ... un bar de cabecera al que acudir, con motivo o sin él. En los bares compartimos vivencias y conversaciones, celebramos la vida y nos refugiamos del infortunio gracias a la calidez de sus propietarios y el carácter abierto de sus clientes. No ha habido nacimiento de un hijo, ascenso en un trabajo o triunfo deportivo que no haya terminado en torno a unas cañas, unos vinos y unas raciones. Están tan unidos a la historia de cada cual que resultan tan insustituibles como imprescindibles.

Publicidad

Y sin embargo, ahora, los bares se han visto cerrados, limitados en sus horarios o amputados de sus barras. Un bar sin barra es algo inconcebible y antinatura, una aberración más de las que ha propiciado el maldito virus que tanto ha transformado nuestro modelo de vida. Las autoridades sanitarias exigen que las consumiciones se hagan sentados en mesas, y convendrán ustedes en que no es lo mismo ni de lejos. Una cosa es sentarse formalmente a desayunar, a comer o a merendar, y otra muy diferente la cita urgente que ha tenido siempre a la barra como aliada. El café de media mañana se toma de pie, como el aperitivo antes de comer o el te de la tarde. Son costumbres tan arraigadas que resulta imposible aceptar la formalidad de las mesas como algo normal.

Las tabernas, los mesones y las botillerías siempre han contado con barras generosas como espacio idóneo de disfrute y convivencia. Hay en este país establecimientos que han podido presumir legítimamente de la calidad de los productos que sirven en sus barras hasta el punto de que muchos clientes prefieren comer en ellas, bien de pie o medio sentados en un taburete. La cosa adquiere entonces un aire de informalidad en el que casi todo está permitido. El ultimo vino, cuya solicitud sale espontánea en ese marco, deja de pedirse en una mesa porque el formato implica una reflexión que acaba con la espontaneidad.

«Ojalá que esto pase y podamos volver a brindar pronto en los bares: por la vida y por nosotros»

Las ciudades acusan la ausencia de algunos locales emblemáticos. Su cierre durante el confinamiento se ha prolongado definitivamente al no ser capaces de levantar el vuelo en una economia arrasada por la pandemia. Las típicas calles de los bares de cada lugar son hoy el recordatorio permanente de la crisis social derivada de la sanitaria. Aparte de los indicadores ortodoxos que manejan los analistas, tendrían que tener también en cuenta a los sitios en los que la vida transcurre entre chatos de vino, cervezas y raciones de calamares. A fin de cuentas, constituyen en sí mismos un termómetro muy preciso del estado económico de una sociedad.

Publicidad

Los dueños de los bares que quedan abiertos se quejan del poco negocio que registran, y tienen razón. Pero los parroquianos habituales tienen miedo, han visto desaparecer las barras, o tienen la obligación de separarse metro y medio del vecino y así, en esas circunstancias, es imposible sentir la complicidad ambiental que constituye uno de sus encantos. Los cinco sentidos que se despliegan como un atlas en las barras, alimentados por el perfume de los churros o el café recién hecho, se ven afectados por una situación triste que apaga la vida ciudadana. Ojalá que esto pase y podamos volver a brindar pronto en los bares: por la vida y por nosotros.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad