Barcelona

Tantos años viajando a Barcelona, disfrutando de la ciudad por razones particulares o de trabajo, admirando el europeísmo avanzado que siempre flotaba en su ambiente: una vanguardia artística y cultural de primer orden; tantas razones para pasear por sus calles, que ahora, en estos tiempos convulsos y antipáticos, descubrimos que nos produce una pereza infinita arribar a la estación de Sants o al aeropuerto del Prat.

Barcelona ya no es lo que era. La urbe abierta, capaz de sorprender por su urbanismo y el dinamismo de su pulso vital, se ha transformado en un lugar poco hospitalario donde se han quemado muchos contenedores al atardecer y puedes toparte con grupos de furibundos independentistas exaltados en cualquier lugar céntrico. Si lo que pretendían era cargarse la imagen internacional de la ciudad, lo han conseguido plenamente. Cuantificar el importe de las inversiones no realizadas por mor del ambiente 'borroka' que impera en algunos lugares emblemáticos resulta un ejercicio muy ilustrativo de cómo las ensoñaciones, alimentadas por la violencia, producen ruina y actúan como elementos que espantan a las empresas, muchas de las cuales han trasladado su domicilio social a otros lugares de España.

Lo que hace unos años eran las modernas instalaciones del Puerto Olímpico, repletas de agradables restaurantes y sitios de diseño, es hoy una zona casi desolada que invita muy poco al paseo y al ocio. Amigos y colegas con los que antaño compartías almuerzos muy gratos en la Barceloneta, hoy se muestran remisos a la charla porque algunos de ellos se sienten heridos y maltratados por eso que llaman 'Madrid' y el 'Estado español'. Hay familias que no se hablan a causa de las ideas políticas de sus miembros y relaciones sociales cimentadas por la amistad de años que han hecho aguas ante la defensa de actitudes intolerantes. Mucho de lo que vivimos, disfrutamos y admiramos de Barcelona ha desaparecido, sencillamente, mientras atisbamos en su lugar una actitud cerrada, y ensimismada, poco inteligente.

Da igual que miles de voluntarios de toda España dedicaran algunos de sus mejores esfuerzos al éxito de los Juegos Olímpicos que entronizaron a la ciudad en el mundo. También resulta indiferente el impulso que desde Madrid recibió el ambiente literario catalán, como el musical o el cinematográfico. No se agradece porque existe un sentimiento de agravio que, a veces, en algunas personalidades más radicales, se acerca a un odio alimentado por el resentimiento. Cuando la sensatez salta por la ventana resulta difícil dialogar y encontrar puntos de aproximación. El entorno 'indepe' se mueve en un territorio nebuloso, ajeno a toda racionalidad. Sus mantras son: «España nos roba», «España nos impide ser libres» y «España limita nuestro desarrollo democrático». Un disparate.

Lo malo, con todo, es la obcecación, la defensa a ultranza de las consignas recibidas sin que medie ninguna elaboración intelectual por parte de las masas de jóvenes, y no tan jóvenes, que levantan barricadas de fuego en el centro de la ciudad, asemejando sus calles a escenarios de otros tiempos. Es lo que quieren y, lamentablemente, lo que están consiguiendo. Entre el 'seny' y la 'rauxa' han optado por lo segundo. En medio de este panorama, hay muchos ciudadanos que asisten resignados a las destrucción de la imagen de la ciudad y una cierta clase empresarial se lamenta, sin ser consciente de que ha sido aquiescente y bovina con los más intolerantes. En el pecado llevan la penitencia. No solo ellos, también Pedro Sánchez buscando el apoyo para su investidura de quienes le quieren tomar como rehén. Al tiempo...