Podría no ser un acuerdo histórico, como rechaza aceptar el principal actor del espectáculo y Primer Ministro holandés Mark Rutter; pero nadie puede negar que durante los cuatro días y tres noches de negociaciones el duende malandrín de Margaret Thatcher regresó al Palacio Berlaymon de ... Bruselas desde algún castillo inglés, donde sigue jadeando la perpetua fuga británica del Brexit. Quienes hemos asistido a algunas de esas yincanas nocturnas, escuchábamos allí el eco chillón de la señora Thatcher: –«Exigimos que nos devuelvan el dinero que aportamos. Y si alguien me sugiere la abolición de la libra esterlina, gritaré ¡nunca!». Aquella mujer virtuosa del no en todos los idiomas, de piel y palabra almidonadas, inauguró la tradición negociadora a la contra que rige los debates europeos cuando el argumento principal es el dinero. El pacto favorable al socio vocinglero nace de su asalto para lograr la unanimidad, aun pasándose de revoluciones y decibelios en el arte de la negociación. El astuto negociador Winston Chuchill sostenía que, para persuadir de una verdad, es necesario repetirla mil veces en tonos diferentes.
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La cumbre de la pasada semana fue una de las más largas y menos aburridas de la Unión Europea, porque en su escenario cerrado a la prensa, a causa de la pandemia, los países protagonistas eran novicios y la trama teatral ofrecía la rebelión de David contra Goliat, el motín de los más pequeños contra los poderosos liderados por Alemania, que han impuesto orden y ley durante décadas. Mark Rutte, el líder neerlandés de ojos grises brillando tras sus lentes cristalinas, carece del impulso explosivo de la Dama de Hierro y de la astucia de Churchill; pero con esa pose sincera de vendedor de coches a buen precio ganó la atención en todos los frentes, el protagonismo personal y el liderazgo de la minoría de esos países que se sublevaron contra el tándem franco-alemán. Sus beneficios per cápita gracias a su integración en la UE son casi el doble que los de Francia o Alemania, y tres veces más de los que logran Italia o España, países que no han superado aún el quebranto de la crisis económica del 2008.
Mark Rutte combatió el apoyo alemán a los dos países del sur que, según él, nunca respetaron a la Unión Europea y tienen déficits presupuestarios disparatados. El devoto protestante y antiguo gestor de grandes compañías financieras celebró su década de jefe de Gobierno para acelerar la campaña de las próximas elecciones holandesas y conseguir su cuarto mandato. He aquí el sentimiento y la amenaza de sus electores según el diario de Ámsterdam 'De Telegraaf' : «si no se cumplen los acuerdos de restricción de subsidios y créditos a los países que no respetan las normas de gestión de su déficit, nos negaremos a pagar o abandonaremos el euro y la Unión Europea para regresar al florín. Eso no es un problema, porque en Holanda ya se trabaja con varias monedas». Según las encuestas, Rutte ha perdido sin embargo esa primera batalla electoral, porque sólo uno de cada cuatro votantes considera que Holanda resultó derrotada en Bruselas al ceder ante el realismo de sus ganancias y la debilidad de todos los amotinados (Luxemburgo, Holanda Suecia, Dinamarca y Austria): su peso económico no llega al 20 por ciento del PIB total de la Unión Europea.
La actitud rígida de Mark Rutte, mantenida hasta la hora nona del maratón negociador, naufragó al chocar contra el alto dique de seguridad presupuestaria levantado hace semanas por el imprescindible eje franco-alemán, al anunciar el presidente Macron y la canciller Merkel que la Unión Europea de 750.000 millones de euros para alimentar la recuperación económica durante tres años. La maniobra del Primer Ministro holandés funcionó sólo como un freno de emergencia dispuesto para satisfacer con algunos recortes a la opinión pública de los socios más reacios de esas ayudas, los autodenominados países frugales. La rebaja de ese dinero, que ellos consideran préstamos casi gratuitos, regalos y subvenciones injustificadas permite, por ejemplo, conceder en ese plazo a Italia 209.000 millones y más de 140.000 a España. «Si esos países deudores del sur se sienten tan aliviados, hemos de pensar que el acuerdo no es tan bueno para los Países Bajos», apunta el diario 'De Telegraaf' en su análisis pesimista del escaso rédito económico y deterioro político que el ultra-liberal Marck Rutte, culpable en apariencia, se haya llevado de la cumbre hasta La Haya.
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Los temores de esos 'países frugales', menos sobrios de lo que aparentan sus finanzas regidas a veces por la ilegalidad de sus paraísos fiscales encubiertos, acrecientan el recelo sus dirigentes por posibles ajustes de cuentas desde Bruselas en su política fiscal de impuestos, reducidos para la facturación de los beneficios de empresas multinacionales, que deberían llegar a las arcas de todos los países donde se generan esos gravámenes.
Los elogios prematuros a Mark Rutte han modelado su efigie de un nuevo 'Mister No' oportunista, que choca con el escaso peso específico y la honestidad dudosa de la economía neerlandesa. El enigma del jefe de la banda CoronaRute&Company, admirado y vilipendiado, que no logró llevar hasta la desesperación a la Canciller Merkel, el hombre de sonrisa permanente mientras ajustaba cuentas a los socios despilfarradores rebajando su botín y la cumbre de su montaña del oro, ya no es un héroe frente a los burócratas de Bruselas. A su pesar, la UE sale reforzada y sigue navegando vacilante, como el rinoceronte de Fellini en 'E la nave va'.
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