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Lo ha dicho Angela Merkel, con toda su crudeza. Europa no había vivido nada semejante a esto desde la Segunda Guerra Mundial. Desde nuestra guerra incivil, deberíamos decir nosotros. Es verdad. Pero la comparación es odiosa. Odiosa sobre todo porque en esta ocasión frente al ... miedo, al dolor, al sufrimiento y a la muerte, el estallido de la empatía está resultando ser más poderoso que el de las bombas. En Italia o en España salir al balcón a manifestarse, a compartir las penas del cautiverio, se ha convertido en el símbolo de la resistencia colectiva.
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos», dice Cervantes por boca de Don Quijote. Y si muchos son ya los que han perdido la vida en tan desigual batalla, muchos más somos, porque somos todos, los que hemos perdido la libertad sin casi darnos cuenta. Y ahora empezamos a ser conscientes de su valor. También fue Cervantes, que tanto sabía de piedad y de consuelo, el que en ese mismo libro maravilloso dejó escrito: «La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu». Y no pudo decir mejor. Cuesta trabajo saber hasta qué punto la música contribuye estos días a la resiliencia de los confinados. Dentro de casa o de balcón en balcón.
En una crisis tan tremenda y tan inopinada como ésta, lo mejor y lo peor del ser humano sale a flote. Hay quien está haciendo su agosto en pleno marzo, a costa del padecimiento de los demás. Pero hay también quien ha encontrado en la alegría de darse a los otros, aunque sea guardando la distancia, el verdadero sentido de la vida. Es emocionante.
Y luego están las dudas. Los errores. Las contradicciones. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que no se haya pensado hasta ahora en generalizar los test? Antes que aislar a todos, ¿no habría sido mejor empezar por aislar los casos sospechosos? Y por otro lado, ¿cómo se pueden dictar normas de convivencia que dicen una cosa y también la contraria? O la paradoja por antonomasia: en la medida en la que el ser humano sufre, se paraliza y hasta retrocede, resulta ser que el resto de las criaturas del mundo funciona un poco mejor. La naturaleza respira, y los que pasen el Rubicón tendrán un planeta más limpio que hace solo unos meses antes. Antes de volver a ensuciarlo. Más limpio y más empobrecido. ¿Será cierto aquello que decía Freud de que la cultura es la batalla del hombre contra la naturaleza?
Difíciles respuestas. Pero mientras las resolvemos, la ciudadanía, con la excepción de Torra, ha decidido dos cosas por su cuenta. La primera, seguir las recomendaciones de las autoridades, por difíciles y controvertidas que puedan parecer. La segunda, salir cada noche a buscar un trocito de libertad en los balcones de las colmenas. Asomarse a ver, a escuchar, a sentir a los vecinos. A compartir de viva voz, aunque sea guardando la distancia. También este modo de comunicación es revolucionario.
El que resiste gana, que dijo Camilo José Cela. Si se calla el cantor calla la vida, que dijo Horacio Guaraní. Porque la vida misma es todo un canto. El que no se consuela es porque no quiere.
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