La determinación del Gobierno de revertir este jueves la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores constituye una medida tan elocuente en sí misma como para simbolizar que España ha doblegado la sexta ola pandémica. Un sexto embate que ha dejado a su paso un ... balance de contradicciones. La notoria capacidad de contagio exhibida por la variante ómicron no se ha traducido en las consecuencias dramáticas ya sufridas antes en estos dos años de convivencia forzosa con la emergencia sanitaria. Pero las 6.000 vidas que este nuevo pico se ha cobrado en todo el país, los más de dos millones de bajas laborales y las restricciones que tuvieron que desempolvar o estrenar el Gobierno de Sánchez y los ejecutivos autonómicos para contener el rebrote de la infección atestiguan que esta ola ha distado de asemejarse a una gripe algo más extendida. Y aunque la ciudadanía responsable se ha ido acostumbrando, por necesidad, a amoldar sus hábitos al cambiante devenir de la pandemia, la 'ola ómicron' ha impreso su huella singular en la salud física y, sobre todo, psíquica de una sociedad extenuada por el duelo diario con la enfermedad. Conviene no olvidar, en este sentido, que el impacto de la cepa sudafricana en los colegios ha acentuado la vulnerabilidad infantil pese a la ampliación de la vacunación a los niños. Y que los mayores internos en residencias han vuelto a soportar limitaciones en sus derechos agravadas con respecto al resto de sus conciudadanos.
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Cuando nos aproximamos al segundo año desde que el presidente Sánchez tuvo que decretar el insólito estado de alarma por la irrupción del coronavirus, la vivencia de este período desconocido permite congratularse de la capacidad del ser humano para resistir y sobreponerse a la calamidad con conquistas como las vacunas; también, ya en el terreno más cercano, de la entereza y el compromiso con el bien común mostrados por la mayoría de la ciudadanía española. Pero esta sexta ola ha evidenciado de nuevo una preocupante reincidencia en carencias, errores y desidias ya experimentadas. Sigue faltando un marco legislativo que tienda un paraguas de seguridad jurídica sobre las restricciones, los poderes públicos se han visto superados una vez más por las circunstancias y, entre otras cosas, no se han arbitrado iniciativas para una conciliación más ordenada de la vida laboral y familiar cuando median contagios. Y así, aunque cada ola sirve para avanzar contra el virus, es también tiempo perdido para ser más eficaces a la hora de refrenarlo.
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