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A estas alturas, no deja de resultar enternecedor hablar con algún alto responsable de Ciudadanos y escuchar solemnemente que su partido «tiene mucho futuro porque resulta muy necesario en la actual situación politica de España». El político escucha, en la cafetería madrileña donde se produce ... la conversación, que, básicamente, equivoca el tiempo verbal de su reflexión, porque es verdad que el partido constituyó, pero en su día y no ahora, una esperanza blanca para muchos votantes alejados tanto de los postulados desbordados del PSOE como de las propuestas programáticas del PP. Ciudadanos constituyó, así hay que reconocerlo, una cautivadora tercera vía, una propuesta moderna, acorde con los tiempos en medio del irrespirable ambiente que exhalaba el repetido bipartidismo de los setenta.
Aquel horizonte ilusionante se rompió el día en que Albert Rivera, sobrepagado de si mismo, decidió que no pactaba con Pedro Sánchez y dejó el campo abierto a que éste lo hiciera con Podemos tras unas evitables nuevas elecciones. Rivera, que se fotografió desnudo en su primer cartel electoral como muestra de que no tenia nada que ocultar, conoció y gustó del halago hasta el punto de estar convencido de que era él, y no otro, el candidato elegido por la sociedad para ser presidente del Gobierno de España. Erró al ensorberbecerse hasta extremos increíbles y dejar de escuchar que era mortal, creyéndose propietario absoluto de una tradición liberal alimentada por un irredento coro de palmeros.
Los variados bandazos de Rivera, le llevaron a abandonar el partido aniquilando con su comportamiento las legítimas esperanzas de votantes de todo el país que se vieron decepcionados por el 'peterpanismo' de nuestro hombre. Tomó después las riendas Inés Arrimadas, una valerosa política jerezana recriada en Cataluña, que encarnaba una estimable bravura cívica aplaudida por el conjunto de la sociedad. Su gran fiasco fue abandonar Cataluña y trasladarse a Madrid, mientras el proyecto capotaba en cada una de las citas con las urnas que tuvo que afrontar. Con una formación desarbolada, remedo de lo que fue y sombra de lo que pudo haber representado en la política española, Arrimadas abrió un proceso de futuro que se asemejó al humo de una chimenea. En ese impasse se demostró la vigencia de las luchas intestinas en la politica y su edecán, Edmundo Bal, quiso emular a Andy Warhol cuando afirmaba que hoy en día todo el mundo tiene derecho a quince minutos de protagonismo. Engañado por la ensoñación de un liderazgo imposible, el abogado del Estado en excedencia quiere liderar lo que queda de una buena idea hecha jirones. Ahora, no cabe engañarse, es imposible visualizar partido, ni propuesta ni liderazgo. Lo mejor en estos casos es acabar con dignidad y no permitir que el oprobio destruya el legado de lo que un día pareció algo muy lejano a la realidad actual.
El Partido Popular quiere fagocitar lo que queda de Ciudadanos, alguno de cuyos miembros pretenden encontrar en los de Feijóo un refugio ante lo que se dibuja como un desastroso futuro en las urnas. Al tiempo, los más aguerridos alimentan la idea de seguir adelante luchando contra la adversidad de la propia realidad. Los«naranjas perdieron su oportunidad y ahora son un remedo triste de aquello que pudo haber sido y no fue. Por eso hay miradas dirigidas a un político cabal como Francisco Igea, por si pudiera intentar la misión, casi imposible, de salvar los muebles en medio del triste espectáculo actual para muchos antiguos votantes, hoy huérfanos de opción política y necesitados de referentes sólidos en el espectro del auténtico centro liberal.
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