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La vida es bien cabrona. No sé dónde oí esa frase, pero sé que fue hace mucho y que quien la pronunció tenía un acento argentino, porteño. Y que sonó como una de esas verdades incuestionables, irrebatible como la Segunda Ley de la Termodinámica. Todo ... se jode. La vida es bien cabrona. Esa verdad acude a mi cabeza mientras desayuno en un bar y en la televisión nos cuenta que en el Congreso se está votando una proposición de ley sobre la eutanasia. En un bar, o en el mercado o dentro de un taxi, se oyen muchas barbaridades a propósito de la política.
A menudo nos comportamos como fanáticos futboleros, con insultos, amenazas y descalificaciones hacia el contrario. A la mierda o al paredón, pasando por la cárcel, mandamos al adversario no sin antes haberle calificado con los más atroces epítetos. Nosotros, si nos dejaran, resolveríamos todo en un abrir y cerrar de ojos, ya sea con la Legión, la revolución o una dictadura al estilo Stalin o Mussolini, depende. El mundo y su gobierno, en un bar, es cosa sencilla y categórica.
Pero hoy, con esto de la eutanasia, las opiniones son más templadas. Titubeantes, comprensivas, casi inexistentes. Eutanasia, derecho a morir dignamente cuando la vida vuelve el rabo. Cualquier otra cosa, otro tipo de derecho, se discute a voces destempladas en este bar, en este taxi, en la cola de esta carnicería. Pero hoy los clientes no arrojan opiniones como pedradas y me digo que es porque son conscientes de que la vida es, puede ser, bien cabrona. Y de que mañana puede tocarles a ellos, o a su padre, madre, hijo, hermano...
Sabemos que nadie está a salvo y que cada uno tendrá que asumir sus ideas morales o religiosas; su concepto de la existencia, su oposición o aceptación de la muerte. Nadie quiere escupir al cielo, verse mañana ante ese terrible dilema. Y, una vez más, los políticos no están a la altura, nos avergüenzan.
El portavoz del PP, Echániz, sube a la tribuna y suelta que la eutanasia es cuestión de recortes, que lo que se busca es ahorrar costes. Matar para no gastar. Y los clientes mueven la cabeza con desesperanza, con desaprobación, con asco. Qué vergüenza. Echániz sabe, mucho, de recortes en Sanidad. Lo que tiene que aprender es lo que todos sabemos: que la vida es bien cabrona y que, por si acaso, por si vienen mal dadas, conviene tener a mano una bala de plata.
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