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Algunas veces me pregunto qué estarán pensando estos días en medio de la vorágine generada por la marcha de Messi del Barça los científicos que están intentando encontrar una vacuna para salvarnos de la covid y al mismo tiempo calculando cómo llegar a fin de ... mes con sus exiguos sueldos. Lo mismo que les ocurrirá, por citar otro ejemplo, a los catedráticos de la Universidad al, después de tantos años de hincar los codos, verse predestinados a la austeridad.
Leer y escuchar las cifras que se barajaban en la continuidad del jugador –excepcional, eso es evidente– en el Barcelona, resultan escalofriantes y, si me permiten, deplorables para quienes comparan las compensaciones que proporcionan diferentes actividades esenciales para nuestra existencia con algunos futbolistas. El ejemplo económico de Messi, como el de otros muchos jugadores de fútbol, resulta deprimente para los trabajadores de otras actividades profesionales, y especialmente para los jóvenes que a poco que reflexionen llegan a la conclusión de que lo mejor que se puede hacer en la vida es pegar patadas a un balón.
Estamos en vísperas del comienzo de la temporada del fútbol y asistimos a ese espectáculo oscuro de trasiego de millones entre los clubs por los jugadores que esperan van a proporcionarles mejores resultados en el juego. Comprendo que el fútbol profesional, que hace mucho tiempo ha dejado de ser un deporte convertido en espectáculo de gran éxito, esté bien pagado. Como opino que deben estarlo los artistas que ante las cámaras o el escenario despiertan mayor atención e interés.
Pero nada es tan desproporcionado como lo que ocurre en este mercado de personas en torno al fútbol. Los clubs se endeudan, buscan dinero donde pueden, y antes de poner a los jugadores a luchar por el dominio del balón en el campo son ellos los que se enfrentan en unos negocios en muchos casos no demasiado claros ni transparentes. Y cuando las cosas van mal recurren a las ayudas de ayuntamientos o comunidades. El fútbol es actualmente una pasión con la que algunos se exaltan y otros se forran.
El impacto creado por la marcha de Messi se presta sin duda a múltiples reflexiones. Escuché al presidente del club tratando de justificar una pérdida como la de Messi, que de entrada condena su etapa al fracaso, y me convenció el argumento que expuso a la defensiva: atender a las exigencias del jugador sería predestinar al club al desastre. Estamos hablando de 500 millones de euros, más que el presupuesto de algunos países, como Guinea o República Centroafricana.
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