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Isabel Díaz Ayuso se plantó allí, en la sala de prensa por la que habían pasado los despoblados Revilla y García-Page, justo debajo de donde comparecieron los también despoblados Barbón y Lambán, y soltó un 'ay, mísera de mí, ay, infelice, ¿qué delito cometí ... contra vos naciendo?'. Ayuso, rebelde porque el sanchismo pandémico la hizo así, había visto en sus homólogos un tonito rencoroso. Un cruce de envidia y mala baba. Que aprendan a gestionar, vino a decir. Que bajen impuestos y listo. Chispún. El neoliberalismo en un tuit.
Que no es que ella se queje, dice, pero que si se repartiera el dinero para las autonomías en función de la población, a tanta gente, tantos euros, le corresponderían 700 millones más. Que ella encantada, ojo, le faltó decir que no como los catalanes, con contribuir a que otras comunidades más 'pacomartínezsoria' puedan crecer a su costa, que eso es bueno para España. Revilla acababa de decir que a él el transporte escolar le cuesta «100.000 euros al día, el doble de Madrid con sus seis millones de habitantes». A Castilla y León, cada día de los 180 lectivos del curso académico le sale por 260.000 euros en autobuses.
Ayuso quiere que haya más plazas universitarias, porque 17 universidades en Madrid, once privadas y seis públicas, quizá no sean bastantes. Y dice que debería haber menos papeleo para ayudar a las empresas y que arriba la 'colaboración público-privada', cosas que sumadas así, sin establecer controles adecuados, se antojan un peligro. Y se baja del atril con una sonrisa, y departe con los periodistas, y sale del edificio mientras los viandantes cuchichean «¡es La Ayuso!» y se embarca hacia la siguiente rebeldía, en esa hoja de ruta que solo ella y Miguel Ángel Rodríguez saben cómo continúa.
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