Ayer hizo dos semanas que volvieron al cole los críos de infantil y primaria, y aunque se han producido algunos contagios los expertos reconocen que han sido minoritarios, por mucha alarma social que provoquen. También, las autoridades universitarias inauguraron (con menos pompa y boato ... de lo habitual) el curso académico 2020-2021, haciendo llamadas a la responsabilidad de todos los implicados y detallando las medidas protectoras que entrarán en vigor desde el primer momento. Por eso, y si las cuentas no me fallan, puedo afirmar que las clases han empezado para todos los alumnos de cualquier tramo educativo. Sin embargo, en este último caso, en el de los mayorones con pelazos en las piernas, la vuelta al campus creará menos desazón que la de los chavales de los primeros ciclos, que han tenido, y tienen, a sus progenitores con los testículos en la garganta.

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Así que, desde ayer mismo, estudiantes, familiares y vecinos estamos metidos en harina con el virus campando a sus anchas: en la clase de infantil adornada con dibujitos y en el aula donde se estudia el muy circunspecto Derecho Romano, que hace casi dos mil años ya se ocupaba de las pandemias y del castigo a sus transmisores. La diferencia es que a un crío lo controlan sus padres con un bocinazo, y a partir de determinada edad tienen que intervenir los guardias para evitar concentraciones peligrosas. Y hasta aquí puedo leer…

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