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Los franceses han votado y el «desestructurado» sistema político francés se ha salvado 'in extremis' de ser destruido por una extrema derecha gobernante. Macron continua ... como paladín de dicho sistema, al igual que de la Europa comunitaria, e inicia su segundo mandato en el Palacio del Elíseo. En estos momentos, él es el sistema, después de la irrelevancia en la que han caído la izquierda y la derecha clásicas a causa de su indefinición ideológica, sus incongruencias, sus luchas internas y sus desatinos.
La panorámica del resultado de estas elecciones refleja que la estructuración política e ideológica de la Francia contemporánea mezcla la descomposición del sistema anterior, en el que se oponían izquierda y derecha clásicas, con la derechización general liderada por la ultradercha de Le Pen y Zemmour. El populismo de la ultraderecha ha sabido conectar con las angustias que provoca la globalización en muchos ciudadanos, que la consideran negativa para la economía y para el relato de sus referentes culturales.
Le Pen, a pesar de la derrota, ha explotado la ilusión de que partidos como el suyo son los únicos, junto con los de la izquierda radical, que tienen en cuenta el destino de los ciudadanos abandonados por la globalización. Ciudadanos que no ven ninguna pasión en la política, que desconfían de ella porque ya no es portadora ni de esperanzas ni de proyectos y que la rechazan porque sólo ven en la misma un lugar de confluencia de negaciones y rechazos.
Los franceses no ven el futuro como hace unos años. Muchos de ellos ni lo vislumbran. La crisis institucional y política del país galo exige reformas imprescindibles: dotar de vida y sentido a un sistema político desestructurado en el que la abstención electoral se ha convertido en una lacra que favorece a la extrema derecha, cambios en el funcionamiento del Estado y renovación de la democracia representativa y parlamentaria. Todas ellas aplicables al resto de democracias representativas del planeta.
Francia, democracia vital en la UE, potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, se ha salvado, por ahora, de la autodestrucción y de dar un giro a la historia de Europa y del mundo, aunque la victoria de Macron mantenga el ''statu quo e inicie un quinquenio similar al anterior, con una decadencia más acentuada.
Decadencia y declive de un país con múltiples fracturas (demográfica, identitaria, territorial, cultural –«el gran reemplazo»–, de clase, de los que se sienten despreciados, de la desigualdad, etcétera) que denotan que la estructura política de las últimas décadas ha saltado por los aires. Dichas fracturas recorren el cuerpo político y social de las sociedades occidentales y los dirigentes de nuestras democracias deben tomar buena nota de ello, y actuar en consecuencia, antes de que sea demasiado tarde.
El aviso está dado y ha sido mucho más claro que hace cinco años. Si la «política pequeña», la que no resuelve los problemas de nuestra época, se sigue imponiendo, veremos desaparecer nuestras democracias y su sustitución por formas autocráticas, opresivas y totalitarias.
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