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Todas las autocaravanas disponibles en el mercado de alquiler están ya reservadas para los próximos meses. El miedo a compartir espacio con los demás nos devuelve a los intrépidos 70. Entonces las 'furgo' (DKV, Volkswagen) o el Toyota 'Land Cruiser' representaron el sueño de la ... libertad: coche, hotel, carretera. La novela 'On the road' de Kerouak fue la gran inspiración de aquellas generaciones. La indivualidad, la libertad, el movimiento, condensaban el gran objetivo vital. Había que saltar, como fuera, las fronteras familiares, la opresión social y política y poner en valor al individuo por encima de la colectividad. La 'biblia' eran dos libros de Eric From: 'El miedo a la libertad' y 'El arte de amar'. Unos se fueron a Katmandú, otros a asomar la mirada al otro lado del telón de acero y, por supuesto, a Ibiza. Atraían como un irresistible imán la espiritualidad oriental, el socialismo real y el mundo hippie. Había que poner distancia social con una España aislada de todos los movimientos renovadores en París-68, en Berkeley, en Praga. Y para ese fin nada mejor que la autocaravana o la Volkswagen de cuarta mano.
Ahora los sueños son otros. La caravana-life promete poder aparcar en playas desiertas, parques nacionales, cornisas frente al océano. Solo para tus ojos. Lejos de las masas. Se ha disparado el miedo al grupo. El temor al rebaño. Hay pánico a encontrarse atrapado en las colas para entrar en la galería Ufici de Florencia o en las estrechas calles de Venecia. La ciudad, la urbe, el metro, el avión se han convertido en temibles máquinas de transporte del virus invisible. Los urbanitas ya no quieren vivir en colmenas con piscina comunitaria y jardín. Les asusta el ascensor, el espacio de juegos de los niños y las plazas de garaje. Aquí no hay quién viva. Ahora fantasean con un pueblo de veinte habitantes y una tienda de ultramarinos que den comidas y hagan pan en el horno de leña. Hasta la empresa o la fábrica se hacen sospechosos después de haber probado las mieles del teletrabajo.
La propaganda oficial da por sentado que vamos a salir «juntos y unidos». Me permito ponerlo en duda. No solo por el distanciamiento social que obligará al distanciamiento físico primero, sentimental, después. Sino por el distanciamiento político que los guionistas de la crispación se han ocupado en atizar. No sabemos muy bien si nos está esperando un golpe de estado como anuncia Iglesias o una argentinización peronista de nuevo cuño. Pero lo que está en el ambiente es que al igual que huíamos de aquella España en blanco y negro, muchos tendrán la tentación de cogerse una furgo y salir pitando de un país partido en dos mitades. Porque la historia no es un concepto lineal, sino una espiral y las situaciones tienden a repetirse pero en otro nivel y en otro contexto.
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