En una de sus más celebradas sentencias, Jorge Valdano, definió el fútbol como «lo más importante de las cosas menos importantes». Otro entrenador legendario del Liverpool, entre los años 50 a 70, Bill Shankly, tenía una opinión diferente: «El fútbol no es una cuestión de ... vida o muerte, es más que eso». Entonces su equipo representaba el proletariado industrial y era el entretenimiento más popular de la ciudad en todos los sentidos de la palabra: por los seguidores y por los precios de las entradas. Hoy lejos de aquel fútbol como la religión laica del proletariado, al decir de los sociólogos de la calle, se ha convertido en un club global y el precio de las entradas se ha multiplicado en un 1.100%.
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El fútbol negocio ha devorado al fútbol pasión desde que los derechos de televisión y la globalización han convertido el viejo deporte en el mayor 'business' de entretenimiento planetario. Paradójicamente la Copa del Mundo que se celebra en Qatar, el país con mayor renta per cápita del planeta, reúne los dos extremos. Por una parte es una competición que enfrenta a selecciones de pequeños países formadas exclusivamente por sus nacionales en la que el dinero no es un elemento determinante, con potencias mundiales de economía inalcanzable. No hay fichajes estratosféricos para reforzar la escuadra nacional. Hasta el más pequeño y humilde tiene la posibilidad de quedar campeón como demostró en su momento Uruguay.
El talento está en esta cita cuatrienal por encima de los dólares. Y, selecciones de países de mediano nivel económico, como España en 2010, pueden alzarse con la copa si construyen un equipo genial. Es el triunfo del fútbol como nostalgia de otros tiempos. Pero la realidad del juego como negocio tiene su más impactante y salvaje reflejo en el país organizador que se ha gastado cerca de 200.000 millones de euros. Ha construido estadios climatizados desmontables. Hoteles, infraestructuras, supertecnología al servicio del balón. Precios multimillonarios por una entrada, por un habitación de hotel, por un billete de avión.
Nada de precios populares como antaño. Y es este segundo panorama lo que adelanta el futuro de superestadios con zona VIP a precio de oro, aire acondicionado, techos panorámicos, pantallas de 7K, camareros de uniforme, restaurantes Michelín, y butacas ergonómicas. Equipos propiedad de fondos de inversión trasnacionales u oligarcas asiáticos o jeques del gas o del petróleo. Construidos para un espectáculo global con fichajes de vértigo en el que los pequeños nunca podrán aspirar a ganar. En este futuro fútbol 'business', el Athletic nunca será campeón.
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