La guerra que nos amenaza no es solamente el fracaso de una sociedad, sino también del ser humano como tal. Lo peor de la guerra es sobrevivir sin estar muerto, soledad y desamparo peor que la muerte. La tierra se transforma en un ataúd tan ... grande como el planeta, tan triste como él.
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En las guerras actuales, cuando llegan las municiones, la muerte ya ha hecho su impecable trabajo. Todos están condenados pero no quieren asumirlo, todos dejarán de existir sin comprender que el destino de muertos y vivos no era conquistar la tierra de los dioses.
El paneslavismo ruso es la amenaza de Ucrania, Putin ha establecido la confusión moral entre el bien y el mal y quiere construir un horizonte imperial e invadir y bombardear el último rayo ucraniano de luz, el postrer aliento de la paz, la oscuridad del último misil.
Conocemos el miedo al futuro pero no sabemos si existirá, o es un presente maquillado de esperanza. La confianza sostiene la esperanza ucraniana, y esta depende de la voluntad de supervivencia, la defensa del alma de pertenecer a una tierra de promisión.
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Lo que desconocen los señores de la guerra, tanto en Ucrania como en Rusia, como en el resto del planeta, es que el coronavirus sigue latente entre nosotros, el cambio climático viene ya como calentamiento global, y todos estos jinetes del Apocalipsis no van a respetar a ninguna especie animal y auguran el final de un mundo, de una civilización que se atrevió a desafiar a su propia naturaleza.
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