Asintomáticos perdidos

El prólogo a la madurez se escribe entre los 15 y los 30 aunque hay sociólogos que alargan este ciclo algo más si nos atenemos a la esperanza actual de vida. Pero la edad es solo un número y hay quien vive en una eterna juventud con todo lo que ello comporta. Cuando uno es y se siente joven no cree en la finitud, tampoco en plena pandemia. El nuevo coronavirus nos tiene calados y es curioso cómo para perpetuarse se vale de los huéspedes asintomáticos para coronar organismos a los que puede dañar hasta la extenuación.

Las autoridades sanitarias están dirigiendo sus mensajes a los más jóvenes y les pide sentido común. Claro que lo hay, no vamos a generalizar, pero el sentido en ocasiones se desvanece cuando lo mezclamos con el sentimiento de pertencencia grupal, con la bravuconería, con la nocturnidad y ya no digamos si lo regamos con alcohol. Aquí nace y se reproduce el ser asintomático perdido.

La canícula de la nueva normalidad se presenta como un crisol de divertimento que mal entendido puede devolvernos a cualquiera de las fases anteriores. El deseo de reunirnos y de estrecharnos, que no es exclusivo de la mocedad, es un caldo de cultivo peligroso en estos tiempos en los que debe primar la distancia por encima de todo. Así que conviene no perderse ni agarrarse a la «asintomatología» con el ánimo de exceder los límites establecidos para proteger la salud de los más frágiles que, por desgracia, ni son deidades ni lo pretenden.