Debo confesar que con el arte contemporáneo tengo una relación ambigua. He paseado por estos museos con curiosidad y santa paciencia y me he topado la mayoría de las veces con pretenciosas exposiciones justificadas con mucha retórica, a caballo entre la vanguardia y la tomadura ... de pelo. En fin, cuestión de gustos.
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Por eso no seré yo quien ponga en tela de juicio las virtudes estéticas de la obra del inefable Cristóbal Gabarrón, bastante denostada ya por los que saben de esto. Pero en lo que ha resultado siempre un verdadero artista el pintor murciano es en su olfato mercantil para arrimarse a buen árbol y cosechar el mecenazgo público apañando rentables encargos.
Y ahí está la polémica. Resulta que con la coartada y el barniz de un aniversario (otro más) de las Naciones Unidas se monta en la histórica plaza de san Pablo una manida instalación del susodicho que parece más apropiada para el patio de un colegio el Día de la Paz. De matute, nos cuelan una retrospectiva del artista en el Museo Patio Herreriano. Toma dos tazas.
Esta nueva cacicada cultural ha suscitado una polvareda de quejas en todo el sector, incluido el propio director del museo, al que han dinamitado su programación. Pero eso a Óscar Puente, adalid de la transparencia, el talante y el diálogo, le da igual.
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Por cierto, sería bueno conocer a cuánto asciende la factura de Gabarrón y quién va a pagar su fiesta de cumpleaños. Me temo que el sufrido contribuyente de Valladolid. Como siempre.
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