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Con la certidumbre secular que acompaña al eslogan, los franceses metidos en huelgas y revueltas rinden estos días reiterada obediencia a ese método de protesta ... ambulante y bullanguera, también a veces violenta, plantando en cabeza de su airado desfile esta pancarta: «Nuestra única solución es la manifestación». Esta semana esas exhibiciones de ira han salido a la calle para exigir al gobierno que no se retoque la legislación del sistema de pensiones con premio para algunos colectivos laborales, como los funcionarios públicos y los empleados de las empresas estatales de ferrocarriles. Más de tres millones y medio de manifestantes se echaron a la calle el pasado martes con la furia de quienes suponen que les están robando sus sagrados derechos de jubilación, algunos adquiridos por los servicios patrióticos de esos gremios durante la II Guerra Mundial. Las manifestaciones han seguido durante toda la semana, aunque no lograron su principal objetivo: el colapso de los transportes públicos y el suministro de combustibles. Las oleadas de esa protesta incendiaria no caben ya en las amplias avenidas parisinas que el prefecto Haussmann ensanchó hace casi dos siglos para dificultar la construcción de barricadas, un mito en la estrategia de las protestas populares.
Nada marca mejor que las pensiones el contraste entre los intereses de las élites económicas y los del pueblo, razón por la cual esa protesta callejera violenta y en carne viva está apoyada estos días por los dos tercios de los ciudadanos. Francia se enfrenta así a su maldición política más espinosa, la reforma de las pensiones, el mayor reto político también en este país de revoluciones que resultó ser la tumba de algunos presidentes de la República. El socialista de conveniencia François Mitterrand rebajó la edad de jubilación, de 65 a 60 años, y enfureció al establishment; Jacques Chirac la elevó, enfureció al pueblo y perdió unas elecciones; y ahora Emmanuel Macron no encuentra una puerta de escape mientras su gobierno navega en las aguas turbulentas de la protesta popular siguiendo un rumbo confuso, elevando hasta los 67 años el umbral de la jubilación y ofreciendo después una rebaja hasta los 64 años.
En Francia, los derechos de manifestación y de huelga no sólo son legales, sino también sagrados, y la protesta política pone en general de buen humor a los franceses. Los cambios de política no avanzan allí por reformas, sino por revoluciones, y la renovación de las leyes, la reforma de las pensiones, es un asunto que ha de resolverse por una ideología y no por un pragmatismo contable. Ese resorte político es el que se grita estos días en las calles. Hace dos siglos, las protestas y la rebeldía exigieron la liberación los presos políticos; hoy los manifestantes más violentos rompen los cajeros automáticos, pero no contribuyen a encontrar solución alguna.
La reforma del sistema de pensiones propuesta por Enmanuel Macron, debatida ya en la Asamblea Nacional, pasará aunque haya de avanzar por un camino incierto, como casi todas sus propuestas parlamentarias. Los debates en curso están creando un sistema novedoso de legislación «a la carta», teniendo en cuenta los pormenores de cada colectivo laboral. La reducción del tiempo de trabajo y el llamado «índice de personas mayores» en cada empresa son dos referentes fundamentales.
El gobierno sostiene que esa reforma es indispensable para salvaguardar la bolsa de pagos de la Seguridad Social y asegurar las pensiones generosas, a pesar de que los franceses viven casi una década más que en 1980. Los asesores del gobierno están elaborando un complejo sistema para aplicar un nuevo reparto de la caja de las pensiones entre los grupos laborales y sociales. Superado ese laborioso conflicto sobre las pensiones, Macron ya no se atreverá a hacer algo más ambicioso en política interna, en vista de la escasa capacidad de radicalismo de su política, durante sus últimos cuatro años de mandato.
Francia ha protagonizado ya una ola de huelgas y manifestaciones de viejos y jóvenes, rurales y urbanos, progresistas y conservadores, protesta popular contra los esfuerzos del gobierno empeñado en alargar la edad de jubilación de 62 a 64 años. A pesar del jocoso chiste inglés referido a la vagancia de los franceses, la estadística sitúa a Francia en el tercer país más trabajador de la Unión Europea. El espectáculo continuará.
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